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3/9/10

Otro día en el paraiso.

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por Oscar Martinez.

Alguna vez, se ha preguntado ¿por qué existe esa cantidad infinita de
alojamientos en la zona de Villa Dolores? ¿Será porque el turismo es un
gran negocio y la ciudad tiene una cantidad considerable de visitantes y
turistas? Si pensó en esa respuesta, no se engañe, esa no es la respuesta.

Pero así como le pido que no se engañe, tampoco se sienta mal. Conozco
profesionales de las ciencias humanas, sociales y otras áreas que
ignoran este segmento de la realidad y es verdad que no tienen la
obligación de saberlo y preocuparse por ello, ya que, viviendo en la el
país de la mediocridad, yo también podría hacer flamear a los cuatro
vientos mi ignorancia en miles de ámbitos que no son de mi especialidad
y no sentirme mal por ello, ya que mi obligación como boliviano es
seguramente cuidar la perpetuidad de mis ingresos, olvidando que soy
parte de algo llamado sociedad o en su mejor y más familiar expresión,
formamos parte de algo que en los últimos tiempos está en boca de todos:
comunidad.

Así, siendo parte de esta comunidad que tiene sus problemas como
cualquier otra, casi nadie sabe -ni siquiera los que deberían- qué es la
Violencia Sexual Comercial. Saber que es esta problemática social,
ayudaría a entender las razones para que proliferen un sinfín de
alojamientos donde decenas de menores edad, varones y mujeres desde los
nueve años, son abusados sexualmente por gente que aprovechando su
condición de soledad, abandono, necesidad, o dependencia, someten a
estas niñas y niños a los peores ultrajes que se puedan imaginar.

¿Usted creería que alguien sería capaz de clavar un cuchillo en la
vagina de una adolescente de quince años que estaba con cuatro meses de
embarazo? ¿No? ¿Usted creería que existen pederastas que buscan a niños
pequeños para llevarlos a vivir a sus casas y los obligan a tener
relaciones sexuales a cambio de comida y fichas de juegos electrónicos?
¿Tampoco?

Si, es un mundo horrible este que a algunos niños y niñas les toca
afrontar cada día que al igual que muchos, piensan lejano e improbable
de conocer.

Yo lo hice por tres años y seis meses, en las sempiternas caóticas
calles de La Ceja de El Alto y creo que podría contar peores historias
que estas, las cuales he visto, sin exagerar, casi a diario.

Podría contar por ejemplo, que la policía disfruta de prenderles fuego a
los chicos y chicas que inhalan Thiner, usando el propio inhalante que
usan los chicos y chicas para espantar el frío, el hambre y la soledad.
Podría contar como disfrutan quemándoles los pies después de robarles lo
que ellos han robado y que es peor cuando los chicos se niegan o se
revelan, ya les espera el paseo: cuando se los llevan atados a las motos
hasta los confines de la ciudad para golpearlos a gusto y después de
quitarles los zapatos, abandonarlos a ver si con un poco de suerte, mueren.

Podría contar que en septiembre del año 2008, la policía se llevó a
varios chicos al Bosquesillo de Pura Pura para encerrarlos en una
construcción y echarles gas lacrimógeno, hasta que pidan piedad y perdón
de rodillas y que fruto de esto, un adolescente de quince años y con
problemas de consumo de alcohol, murió en medio de espantosas agonías en
un alojamiento de la calle cinco de Villa Dolores y que no obstante
esto, un órgano de prensa de El Alto, tomó fotos morbosas de su cuerpo
hinchado siendo trasladado en una ambulancia con el amarillo título de:
"Alcohólico muere en alojamiento"

Yo puedo contar más. Puedo contar de los niños que roban tortas en los
puestos callejeros de la calle cuatro de la avenida Antofagasta el día
de la madre, para conseguir de algún modo el perdón o el beneplácito de
sus padres y poder volver al hogar que se les ha negado, aunque sea un
ratito Podría contar de los niños y niñas que duermen en los árboles de
la Plaza Cívica o de la Avenida 6 de marzo y que se amarran a las ramas
con sus cinturones para dormir una noche en paz.

Yo podría contar cada una de las historias de los trece niños, niñas,
jóvenes y bebés, que he enterrado en esos tres años y medio, los cuales
murieron acuchillados, de frío, por intoxicación, enfermos, en peleas o
simplemente por indiferencia.

Podría, claro que podría, como que también podría hacerse la denuncia a
la Policía -que alguna vez se hizo- y entonces, probablemente
ingresaríamos en el campo de la metafísica, ya que comprenderá que
estamos en Bolivia y claro que eso no es un pecado, ni una mala suerte,
dejémoslo que para los que sin fines literarios han tenido que lidiar
con la justicia en este país, esta es simplemente una cuestión
estadística: un maleante más o menos, que más da.

Podríamos acudir a las organizaciones que trabajan con ellos, que el
momento del momento, pese a sus esfuerzos y la nula ayuda que reciben
del gobierno, poco o nada pueden hacer por temor y las diarias
represalias vecinales que los acusan de: "Fomentar y proteger a los
cleferos"

Sin querer ser amarillista ni sensacionalista, podría contar todo esto,
pero a veces escucho a la gente decir que es mejor así; que mientras
menos maleante haya es mejor, que es mejor matarlos a todos y ya no me
dan ganas de contar, nada.

No me dan ganas de contarle nada a la gente que ha olvidado que son
niños y que si están allá, durmiendo en los cajeros electrónicos y en
los arboles de las plazas a quince grados bajo cero en el invierno
alteño, es porque es un lugar mejor que sus casas. No me dan ganas de
contarle nada a la gente que ignora que estos chicos están con cuatro o
cinco enfermedades venéreas o VIH, ardiendo en fiebres mortales sin
nadie que repare en su presencia si no es para golpearlos, prenderles
fuego o aliviar su lujuria para después decirles putas y drogadictos. No
me dan ganas de contarle nada a aquellos que no saben, que si estas
putas y drogadictos de menos de dieciochos años están adiestrando perros
para que los cuiden de la policía, de los guardias municipales o de la
seguridad privada, es porque los prefieren y confían más en ellos antes
que en sus padres.

El fin de semana, ha muerto el Panetón; un chico de dieciséis años que
no sabía porque le decían así. Algunos chicos dicen que en una navidad
se comió un panetón entero con una jarra de chocolate en menos de dos
minutos y que de ahí, le quedo la chapa. Otros aseguran que era por el
lunar grandote que tenía en la mejilla izquierda. No se sabe. Como
tampoco se sabe quiénes lo mataron a golpes y cuchillazos en un "Local"
de La Ceja.

Así, en medio de bares donde los menores de edad beben lo que les da la
gana y son buscados por adultos enfermos para usar sus cuerpos, en medio
de alojamientos donde cientos de chicos comparten habitaciones por
precios módicos, en medio del monumento al Che y aparatosas redadas
policiales que se dan cuando un agente ha sido ajusticiado o el caso ha
sido mediatizado a punta de imágenes morbosas y detalles sórdidos,
amanece y para los chicos de la Ceja, solamente es otro día en el paraíso.

Oscar Martínez.

Ciudadano.

Fuente:
http://www.trestribuscine.com/urbandina/1697/perrorabioso/otro-dia-en-el-paraiso

1 opiniones importantes.:

Cristian dijo...

Hola Oscar! Muy buena entrada. No tenia de lo que sucedia en Villa Dolores la verdad... Sera la misma la causa de la gran cantidad de alojamiento en iguazu?? Un saludo!