Por: Víctor Montoya
La coca, cuyas hojas se
cosechan cuatro veces al año, es un arbusto originario de América del Sur,
donde los indígenas la cultivan desde tiempos inmemoriales, aunque en la
actualidad se la cultiva también en otros países tropicales y subtropicales
como Jamaica, Ceilán, Indonesia y Australia.
Las hojas de la coca, que
en principio fueron utilizadas por los aymaras y quechuas con fines
ceremoniales, medicinales y moderadamente recreativos, fueron traídas a Europa
por los conquistadores junto con el tabaco y el café, debido a que dan una
sensación de bienestar, no alucinatoria, que permite superar el hambre, el
cansancio y el abatimiento. De ahí que los indígenas hacen un alto en el
trabajo cotidiano para masticar hojas de coca, mezclando el amasijo con saliva,
“lejía” (pasta sólida hecha de alcalinos y ceniza) y manteniendo éste durante
largo tiempo entre los molares y la cara interna de la mejilla, donde se extrae
el jugo de la coca, que pasa luego a la sangre a través de las membranas
mucosas de la boca, haciendo que la lengua y el carrillo queden adormecidos,
como cuando se está terminando el efecto de la anestesia. Sin embargo, la mayor
cantidad del jugo extraído va a dar en el estómago y los intestinos, sin
provocar ningún tipo de reacción alucinógena.
El “akullico”
(masticación de hojas de coca), que empezó como un acto sagrado entre los
incas, se generalizó durante la colonia y se introdujo en el laboreo de las
minas, donde los indígenas debían cumplir la mita (jornada de trabajo en el
interior de la mina), impuesta por los colonizadores ávidos de riquezas. Desde
entonces, el “akullico” (pijcheo, en quechua) se mantuvo como una parte
importante en la vida de los mineros, quienes, antes y después de explotar los
socavones a 4000 metros sobre el nivel del mar, mastican las hojas de coca para
resistir el cansancio, la sed y el hambre.
Hoja
andina, hoja divina
Cuando Francisco Pizarro
conquistó el imperio de los incas en 1533, constató que los indígenas
masticaban las hojas secas de un arbusto a la que más tarde los científicos
denominarían “Erythroxylon”. Los cronistas de la época dejaron constancia de
que el uso de la coca, bajo el concepto de derecho divino, era exclusivo para
los “principales” del Tawantinsuyo, quienes estaban convencidos de que la coca
era un regalo de los dioses. En efecto, los incas prohibían el uso de la coca
entre las castas inferiores de su imperio y la prescribían sólo en casos
especiales. El Inca Garcilaso de la Vega, historiador y cronista peruano,
ratificó en uno de sus escritos esta afirmación: “...la yerba llamada coca, que
los indios comen, la cual entonces no era tan común como ahora, porque no la
comía sino el Inca y sus parientes y algunos curacas (autoridades indígenas), a
quienes el rey, por mucho favor y merced, enviaba algunos cestos de ellas por
año”.
Consumada la conquista
del imperio incaico, los hijos del sol obsequiaron a los españoles esta planta
asombrosa, “que sacia a los hambrientos, da fuerzas nuevas a quienes están
fatigados o agotados y hace olvidar sus miserias a los desdichados”. Con el
transcurso del tiempo, el uso de las hojas de coca empezó a extenderse en las
tierras conquistadas, donde las autoridades de la colonia incentivaron entre
los indígenas que trabajaban en las “encomiendas” y la explotación de las minas
de plata, habida cuenta que los mitayos, que masticaban hojas de coca, no
comían tanto y aguantaban mejor el trabajo al cual eran sometidos a sangre y
fuego.
Hoja
satánica, hoja prohibida
A mediados del siglo XVI,
el Primer Concilio Provincial, realizado en Lima en 1551, se dirigió al rey de
España para pedirle que sancione una cédula real que prohíba en las Indias
españolas la producción, comercialización y consumo de la coca, arguyendo que
este arbusto, más que poseer valores nutritivos, tenía propiedades satánicas,
ya que los indígenas la usaban para fines maléficos, como la adoración o
invocación a Satanás. El Segundo Concilio Provincial, en 1567, reafirmó su
rechazo al consumo de la hoja de coca en el que incurrían los indígenas, y en
el título XIV de la Recopilación de Leyes de Indias se dice: “Somos informados
que de la costumbre que los indios del Perú tienen en el uso de la coca, y su
granjería, se siguen grandes inconvenientes, por ser mucha parte de sus
idolatrías, ceremonias y hechicerías, y fingen que trayéndola en la boca les da
más fuerza, y vigor para el trabajo, que según afirman los experimentados es
ilusión y Demonio, y en su beneficio perecen millares de indios, por ser cálida
y enferma la parte donde se cría”.
De modo que la coca, que
la cultura incaica la cultivó otorgándole poderes divinos, fue vista por la
Iglesia católica como una yerba satánica y maligna, cuyo uso atentaba no sólo
contra las buenas costumbres humanas, sino también contra la moral cristiana.
Milagros y estragos de
la cocaína
La coca, cuyo origen se
remonta al período post-glacial en estado silvestre, fue asimilada y
domesticada por los indígenas que habitaban en los descuelgues del macizo
andino, hasta que los conquistadores la introdujeron en Europa, donde los
científicos le dieron el nombre de “Erythroxylon coca”, debido a su compuesto
químico, del cual la cocaína es uno de sus alcaloides más conocidos.
El alcaloide puro fue
aislado por primera vez en 1860 por el químico alemán Niemann, quien observó
que tenía sabor amargo y producía un efecto curioso en la lengua, dejándola insensible.
Pocos años después, Ángelo Mariani se hizo famoso con la fabricación de un
brebaje al que se atribuía propiedades mágicas, pues recibía cartas y saludos
de todo el mundo, mientras se aplaudía las virtudes de su compuesto químico,
introducido en el arsenal médico como anestésico local.
El psicoanalista Sigmund
Freud, que consumió cocaína por vía intravenosa durante doce años, utilizó el
hidroclorato de cocaína para enfrentar la depresión severa de sus pacientes.
Freud estudió sus efectos fisiológicos y usó para curar a uno de sus colegas
del hábito de la morfina. También se afirma que el escritor Robert Louis
Stevenson concibió la novela “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” bajo
los efectos de la cocaína, que su médico le suministraba para combatir su
padecimiento de tuberculosis.
La cocaína, al margen de
su limitado empleo en la medicina, se ha convertido en uno de los negocios más rentables
de los últimos tiempos, a pesar de que su uso ilícito provoca accidentes y
trastornos irreparables en la vida de sus consumidores, pues la intoxicación
por este alcaloide es, sin lugar a dudas, una de las más desastrosas en el
ámbito de la salud pública. Inicialmente origina una euforia activa, con una
sensación de vigor, ligereza, audacia y resistencia; pero a esta fase eufórica,
que aumenta el dinamismo sensorial, le sigue una fase de apatía, de la cual el
individuo intenta salir mediante nuevas dosis, iniciándose de esta manera un
círculo vicioso y la consiguiente adicción a la droga.
Con todo, se debe aclarar
que no es lo mismo “akullicar” (masticar hojas de coca), como lo hacen
tradicionalmente los indígenas y mineros bolivianos, que inhalar el alcaloide
conocido con el nombre de cocaína.
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