Por: Víctor Montoya
Doña Pascualina Copa, una orureña de veinticinco años,
viuda y madre de dos niñas, al no saber cómo mantener a su pequeña familia, después
de la muerte de su esposo en la Guerra del Chaco, abandonó su ciudad natal y se
instaló en la población minera de Huanuni, donde se dedicó a la venta callejera
de mocochinchi, una bebida
refrescante que preparaba a base de duraznos pelados y deshidratados, con
azúcar y canela al gusto.
En muy poco tiempo, doña Pascualina Copa se hizo conocida
en la plaza principal de la villa minera y entre los viandantes, que la distinguían por
su menuda estatura y su trato amable; lucía un sombrero bombín sobre su
cabellera peinada en trenzas; vestía siempre con una mantilla y una pollera con
varios pliegues. Como pocas mujeres del comercio informal de Huanuni, doña Pascualina
Copa llevaba una chauchera de alpaca amarrada a la cintura, donde guardaba las
monedas y billetes que ganaba con la venta del apetecido mocochinchi.
Todos los días, desde tempranas horas de la mañana y
hasta muy entrada la noche, se la veía sentada detrás de una mesa llena de
jarras y vasos de cristal, con la mirada
vigilante y las ganas de sacar adelante a sus hijas. No le iba nada mal en el
negocio, incluso despertaba la envidia de sus compañeras comerciantes, quienes,
ya sea bajo el sol o bajo la lluvia, veían cómo doña Pascualina Copa complacía
a sus clientes ansiosos por aplacar su sed con uno o más vasos de mocochinchi.
Ellas no conocían la receta para preparar la bebida
refrescante, que se popularizó en la población tras la llegada de la joven
viuda, quien parecía estar acompañada de la buena suerte y la fortuna. Tampoco
sabían que doña Pascualina Copa preparaba el mocochinchi antes de acostarse. Todas las noches, ni bien quedaban
dormidas sus hijas, ella se ajustaba el mandil blanco y se metía en la cocina, donde
vertía un kilo de duraznos secos en una olla, que luego la llenaba con tres
litros de agua para remojarlos.
A la mañana siguiente, apenas la luz del alba asomaba a
la ventana, se levantaba de la cama, se metía en la cocina y le quitaba la tapa
a la olla, donde estaban remojándose los duraznos, para agregarle dos tazas de
azúcar, diez clavos de olor y dos palitos de canela en rama. Después encendía
la hornilla a querosén, acomodaba la olla sobre el fuego lento y la dejaba
hervir alrededor de dos horas. Al finalizar la cocción, retiraba la olla del
fuego y dejaba enfriar el mocochinchi,
hasta que quedara listo para ofrecerlo bien frío en su puesto de venta.
A varios años de repetir la misma rutina, doña Pascualina
Copa logró acumular la suficiente cantidad de dinero para comprar una casa en la
zona central de Huanuni, donde se mudó junto a sus hijas, quienes empezaron sus
estudios de secundaria en un colegio fiscal.
Como la casa tenía una amplia sala, además de los
dormitorios, cocina y baño higiénico, doña Pascualina Copa pensó que podía
convertirlo en un boliche, pero sólo los fines de semana y los días festivos,
ya que el resto de la semana seguiría vendiendo el refresco de mocochinchi en la plaza principal de Huanuni.
En la sala instaló cuatro mesas, con sus respectivas
sillas, y un mesón de madera maciza cerca de la puerta de acceso al boliche. Así
empezó con el expendió de bebidas alcohólicas, y luego de un sueño en el que
mordió un durazno con sabor agridulce, se le ocurrió la brillante idea de que,
con los mismos duraznos secos, podía preparar un brebaje que sería del gusto de
los parroquianos acostumbrados a gastar su dinero en bebidas embriagadoras.
Entonces se puso manos a la obra, sin darle más vueltas a su idea. Se metió en
la cocina y siguió el mismo procedimiento de la preparación del refresco de mocochinchi, con la diferencia de que
esta vez contendría aguardiente y lo serviría caliente. Remojó los duraznos
secos en agua y alcohol, le agregó canela, clavo de olor y los dejó reposando
en la olla.
Al día siguiente, se levantó con una extraña sonrisa en
los labios y prosiguió con la preparación del brebaje, con la esperanza de
darle un toque final a su idea. Hizo hervir el contenido de la olla alrededor
de dos horas, preparó el azúcar hasta dejarlo como un almíbar semioscuro y
luego lo vació en la olla para disolverlo totalmente, removiéndolo con un
cucharón de palo; al final, tomó una espumadera y coló el contenido de la olla
en una cacerola con tapa, donde vertió más aguardiente, lo suficiente como para
embriagar al borracho más experimentado y exigente.
Ese mismo viernes por la noche, mientras sonaba la música
en los parlantes del boliche, ella llenó los vasos de cristal con el brebaje
dulzón y humeante, agregándole uno o dos k’isas.
Los acomodó en una bandeja de aluminio y se los ofreció, como el cariño de la casa, a los primeros
parroquianos que acudieron al boliche.
Ellos agradecieron el gesto de generosidad y bebieron a
sorbos el almíbar mezclado con alcohol, sintiendo que el invento de doña Pascualina Copa les quemaba la lengua, la garganta
y el pecho.
–Este trago está sabroso, doña Pascualina –le comentaron–. Tiene un
grado de alcohol elevado y un gusto muy especial.
Ella les regaló una sonrisa, meneó la cabeza y no dijo
nada.
–¿Y cómo se llama este nuevo trago –le preguntaron
relamiéndose los labios.
Ella pensó un instante y contestó:
–Se llama mocola…
Desde esa noche, esta bebida que pasó a conocerse con el
nombre genérico de mocola, llegó a
popularizarse entre los trabajadores y empleados de la Bolivia Tin and Tungsten Corporation de Huanuni.
Doña Pascualina había logrado su cometido. Los
parroquianos se multiplicaron en su boliche y el famoso trago de mocochinchi, conocido en otras regiones
con el nombre de guacho, se apoderó
del gusto y la mente de los huanuneños.
Cuando los parroquianos le solicitaban la mentada mocola, ella les servía en vasos de cristal,
con una o dos k’isas que se chuparon
el mejor contenido de alcohol.
A estas alturas del negocio, el nombre de la inventora del trago de mocochinchi estaba en boca de todos y sonaba en todos los
oídos; un efecto sensacional que le
permitió ganar lo suficiente como para mandar a sus hijas, ya jovencitas, a
estudiar en la ciudad de Oruro, desde luego, con todos los gasto pagados.
Doña Pascualina Copa, conocida también como La Viuda, estaba sola desde que se
fueron sus hijas. Recién entonces fue cortejada por uno de sus pretendientes,
quien se ofreció ayudarla en el negocio y en todo lo que fuera necesario. Ella
aceptó las buenas intenciones del hombre y no tardó en darle un asidero en su
casa, consciente de que una mujer, independientemente de su edad y estado
civil, necesitaba la compañía de un hombre que la proteja y la ame sin
condiciones.
La relación amorosa de doña Pascualina Copa duró algunos
años, hasta que una noche, mientras preparaba el trago de mocochinchi, su concubino entró solo sólo un instante en la cocina,
se puso a probar el dulzor del brebaje, pero tuvo tan mala suerte que, al
término de vaciarse el vaso, la pepa del durazno se deslizó por su lengua y se
le atascó en la garganta. El hombre, presa del pánico, intentó arrojar el
durazno pero sin lograrlo. Se retorció en violentos espasmos, como un cordero
degollado, y, antes de que doña Pascualina Copa alcanzara a entrar en la cocina,
perdió la respiración y cayó arrastrando la olla de mocola al piso, en medio de un ruido de cristales rotos y un denso
olor a canela y alcohol.
La policía hizo las averiguaciones en torno a las causas
de la insólita muerte del hombre de mediana edad y, tras un peritaje que no
demoró más que unas horas, llegó a la conclusión de que el concubino de la
dueña del boliche falleció por bronco aspiración, en la que no hubo culpables
ni testigos.
Doña Pascualina Copa, que quedó sin pareja por segunda
vez, fue absuelta de toda sospecha, pero las autoridades municipales, en
coordinación con la policía, prohibieron la venta de la mocola, arguyendo que no era una bebida apropiada para los
borrachos, quienes, tras una ingesta excesiva de este brebaje dulzón y
caliente, podían atragantarse con la pepa del durazno y perder la vida por bronco aspiración, como sucedió con el concubino de
la inventor del trago de mocochinchi.
Doña Pascualina Copa, sintiéndose culpable de haber inventado una bebida que podía causar la
muerte por un descuido, se retiró del negocio, vendió su casa y retornó a la
ciudad de Oruro, donde se dedicó por entero al cuidado de sus hijas; al fin y
al cabo, no necesitaba trabajar más, ya que en Huanuni, donde empezó vendiendo
refrescos y después tragos de mocochinchi,
había ganado lo suficiente como para vivir tranquila por el resto de sus días.
Glosario
K’ISAS: Duraznos
remojados.
MOCOCHINCHI: Refresco
de durazno deshidratado, más conocido como orejón; se hace hervir en agua los
duraznos, se le añade canela y azúcar al gusto.
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