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16/10/14

Los secuaces del nazismo

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Por: Víctor Montoya

La máquina de la xenofobia y el racismo que hoy ruge en Europa no es más que el pálido reflejo de una ideología que se mantuvo latente en el subconsciente colectivo y en el seno de quienes se consideran todavía los herederos legítimos de una “raza superior”, destinada a dominar sobre las “razas inferiores”, olvidándose que no existen “razas puras” sobre la faz de la Tierra, debido a que todas -o casi todas- son el resultado de una mezcla compleja que se generó a lo largo de la evolución y la historia.

Para los neonazis, que propugnan la “supremacía de la raza blanca”, la amenaza interior está representada por los deficientes mentales, discapacitados, “asociales” y todos quienes no se adaptan a las exigencias del sistema imperante. Se los considera económicamente “improductivos” y, por consiguiente, se los trata como a una carga para los ciudadanos “sanos” y “productivos”.

Los neonazis, que en su mayoría crecieron junto al crimen y la droga, son elementos de escasa formación intelectual y sienten un odio visceral contra el extranjero. Son fanáticos y están dispuestos a imponer, por medio de la violencia, la “supremacía del hombre blanco”. Es fácil identificarlos tanto por sus diatribas como por sus fechorías; tienen la cabeza rapada,  adornan sus ropas con cruces célticas y cruces de hierro -símbolos prusianos-, usan botas de paracaidistas con la puntera reforzada con acero, cazadora de piloto americano, pantalón vaquero ajustado y en el cinturón una hebilla del tamaño de un puño, por si haga falta golpear al adversario.

Los neonazis, enseñando el saludo hitleriano y gritando: “¡Sieg Heil!”, atacan sistemáticamente a los inmigrantes o “cabezas negras”, a quienes son diferentes y suponen que piensan de manera “extraña”. Son jóvenes cuyos actos delictivos chocan con los derechos a la vida y los más elementales sentidos de respeto y solidaridad con quienes viven el drama de la inmigración.

Aunque la defensa de los derechos humanos está por encima de toda consideración social, racial, cultural y religiosa, los grupos neonazis, secundados por los partidos de extrema derecha, atentan cada vez que pueden contra estos principios elementales, arguyendo que la conquista del “poder blanco” pasa por una carnicería humana.

De nada sirvió que la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) haya declarado el decenio de lucha contra el racismo y discriminación social entre 1973 y 1983, pues todo parece indicar que la movilización internacional contra la segregación social y racial no tuvo efectos duraderos. Ahí tenemos el fantasma del nazismo, que lejos de sucumbir en sus propias cenizas, vuelve a campear a lo largo y ancho de Europa, con un ímpetu cada vez mayor y con la firme decisión de hacer prevalecer sus principios políticos por encima de los principios de la democracia.

Es cierto que no constituyen un movimiento de masas, pero es cierto también que son un peligro para la democracia y la convivencia social. Están decididos a proseguir su lucha de manera legal o clandestina, conforme cumplan con el propósito de establecer una política racista sobre la base de una concepción que pregona la “supremacía de la raza aria”. Ellos representan a las fuerzas oscuras de la sociedad en crisis y ellos son los portavoces de una ideología retorcida que no tolera las diferencias raciales.

Algunos piensan que los neonazis de hoy, a diferencia de lo que se experimentó en la Alemania de Hitler, carecen de legitimidad política y fuerza organizativa, y que, por lo tanto, no representan un peligro para la sociedad. ¡Nada más ingenuo! El hecho de que estos grupúsculos no tengan la misma fuerza que tuvo el nazismo durante los años treinta y cuarenta, y merezcan el repudio masivo de los ciudadanos sensatos, no los convierte en menos peligrosos ni sus actos son menos impactantes; por el contrario, su insignificancia organizativa los lleva a asumir métodos violentos para concitar la atención de los medios de comunicación y ganar la adhesión de los sectores más jóvenes.


La discriminación contra los inmigrantes, que se ha agudizado en los últimos años, es un fenómeno que, a su vez, ha generado una revuelta y ha despertado voces encendidas de protesta. Mientras los representantes de los partidos tradicionales cierran los ojos ante los atropellos que los neonazis cometen a mano armada, los sectores afectados asumen la lucha por cuenta propia y se movilizan en procura de frenar la espiral de violencia y resguardar la seguridad ciudadana.

La prueba está en la rebeldía y el desacato civil que se manifiestan en las marchas de protesta contra el racismo en las ciudades de la Unión Europa. Los jóvenes inmigrantes, conscientes de que las instituciones responsables de garantizar la democracia y la seguridad ciudadana no son ya capaces de controlar la embestida del neonazismo, asumen la conducta de ganar las calles, levantar barricadas y resistir contra las fuerzas que golpean desde la extrema derecha, con una actitud civil digna de ser aplaudida y defendida.

Los inmigrantes, que no se dejan intimidar por las bravatas ni fechorías de esta pandilla de resentidos sociales, cierran filas en torno a las organizaciones que no están dispuestas a tolerar el racismo, la exaltación del “poder blanco” ni la propaganda neonazi que, de cuando en cuando, se distribuye abiertamente a nombre de la libertad de expresión, aun sabiendo que el totalitarismo fascista, que reconoce al individuo sólo en la medida en que sus intereses coinciden con las del Estado absoluto, no tiene lugar en un sistema político pluralista, basado en el respeto a la diversidad y la tolerancia.

Aunque la historia del nazismo está esclarecida gracias a documentos, películas, series televisivas y libros que se han publicado en los últimos años, los herederos del nazismo niegan haber regado con sangre las páginas de la historia. Así, un grupo de historiadores, representados por el británico David Irving, calificado de “revisionista”, ofrece una visión diferente de lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial, al afirmar que Adolf Hitler era un “incomprendido” y que el holocausto jamás existió, o dicho de otro modo, los “revisionistas” pretenden eludir las responsabilidades de esa misa negra de la historia contemporánea europea, en la que hubo millones de judíos muertos en las cámaras de gas y cremados en los hornos que levantó el III Reich. 

Es evidente que estos atropellos de lesa humanidad no se pueden negar ni olvidar, y menos aún, cuando existen todavía sobrevivientes de los campos de concentración que, enseñando las marcas indelebles y el número que les fueron impresos a fuego en los brazos durante su cautiverio, recuerdan los detalles dantescos de esa horrible pesadilla ocasionada por el nazismo en el corazón de Europa, en una nación humillada por su derrota en la Primera Guerra Mundial que, en actitud de revancha, optó por conceder el poder absoluto a un dictador deseoso de imponer su voluntad con el discurso de una ideología racial y el lenguaje de las armas.

Ante los nuevos brotes de la violencia neonazi, el compromiso de los ciudadanos de ideas democráticas no debe ser ajeno a las propuestas que rescatan los crímenes de lesa humanidad cometidos dos por el fascismo en el siglo XX, porque el rescate de la memoria histórica  constituye un serio intento por mantener vigente los desastres y testimonios personales del holocausto nazi, con el propósito de que esta historia sombría no vuelva a repetirse en la Europa contemporánea, ahora que resurgen los nacionalismos de todo pelaje y los neonazis vuelven a ganar las calles enarbolando las bandera de la ideología racial.

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