Por: Víctor Montoya
Cuando se habla de rescatar la
memoria histórica de un pueblo, en base a la memoria colectiva conservada en la
oralidad, se lo hace con el propósito de preservar los hechos memorables olvidados
por la historia oficial, para que se conozcan y se los perpetúe para la
posteridad, con el afán de que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos
conozcan el pasado histórico de sus padres, abuelos y tatarabuelos.
En el mejor de los casos, se trata
de escribirlos y describirlos en los libros de texto, para que los estudiantes
lean en las escuelas y colegios la verdadera historia de un país, donde los
vencedores fueron los únicos que escribieron su versión en los textos de
historia, dejando de lado la versión de los vencidos que, desde los tiempos de
la colonización, fue reducida a la categoría de “relatos pueblerinos”; razón
por la que se conservó sólo en la tradición oral, transmitiéndose de generación
en generación, pero sin ocupar el legítimo lugar que le corresponde en los
libros de texto destinados a los estudiantes.
En los nuevos tiempos de cambio,
gracias a una política incluyente de todos los sectores sociales de un país
pluricultural, es necesario reescribir los libros de textos en las asignaturas
de historia, considerando que no sólo los blancos y mestizos fueron los héroes
de la patria, sino también los indígenas y los trabajadores mineros, cuyas
luchas sociales por conquistar mejores condiciones laborales y de vida, les
costó mucha sangre en los diversos enfrentamientos y masacres, una sangre con
la que se deben de escribir las memorables páginas de la historia menospreciada
por los vencedores.
Los estudiantes bolivianos, como
parte de su educación y formación personal, deben leer y analizar las obras
cuyos temas están en relación a la historia de la minería, para saber que la inhumana explotación de los
mineros, a partir del descubrimiento del Cerro Rico de Potosí en 1545, se
intensificó con la extracción de los yacimientos de plata que, en lugar de
beneficiar a los bolivianos, sirvió para consolidar el desarrollo económico de
las monarquías europeas, que durante siglos amasaron fortunas gracias al saqueo
de los recursos naturales y las míseras condiciones de vida de los mitayos; una
realidad que no cambió ni con las luchas independentistas del continente
americano, ya que las minas sólo cambiaron de dueño en la época republicana, al
pasar de manos de la corona española a manos de los empresarios privados, como
fue el caso de las oligarquías representadas por los “barones del estaño”,
quienes, desde fines del siglo XIX, convirtieron las minas en su feudo privado
y dieron rienda suelta a la intervención de los consorcios imperialistas, que
forjaron una poderosa industria minera sobre los hombros de los trabajadores,
condenados a vivir en la pobreza y a morir con los pulmones reventados por la
silicosis.
Tampoco sirvió de mucho la nacionalización de
las minas en 1952, ya que tres décadas más adelante, el mismo gobierno
movimientista que sepultó a la oligarquía minero-feudal, apoyándose en los
planteamientos revolucionarios de la “Tesis de Pulacayo”, acabó con el
sindicalismo revolucionario y provocó la relocalización masiva de los
trabajadores en 1985, una vez que el gobierno de Víctor Paz Estenssoro lanzó el
DS. 21060, que tuvo consecuencias funestas para el movimiento obrero boliviano,
aparte de que las minas quedaron exhaustas después de una desenfrenada
explotación que vació sus recursos; de modo que en la actualidad, a despecho de
su grandioso pasado, los mineros están resignados a trabajar mucho a cambio de
nada o casi nada, ya que las minas no rinden como antes ni ellos pueden darse el lujo de no separar la plata
del antimonio o el estaño de la pirita.
Es
imprescindible la elaboración de nuevos libros de texto en las asignaturas de
historia que, por resolución del Ministerio de Educación, deben aplicarse en el
sistema escolar, para enseñarles a los estudiantes, de un modo didáctico y
coherente, que los mineros, a diferencia de lo que creen las personas de “alta
alcurnia”, no son los parias de la ciudad, los alcohólicos, los “indios
desclasados”, los rebeldes sin causa ni los “hijos degenerados del diablo”,
sino los luchadores de una clase social que, además de haber constituido la
columna vertebral de la economía nacional durante siglos, dio verdaderas
lecciones de coraje y sacrificio, sin otro objetivo que el de forjar una
sociedad más justa y soberana, donde todos vivan mejor y con mayor dignidad.
Los
estudiantes, aparte de compenetrarse en la memoria histórica de los mineros,
están obligados a conocer los tenebrosos socavones que fueron -y siguen siendo-
“tragaderos de vidas humanas”. Y así no fuesen declarados patrimonios de la
humanidad por su valor histórico, es necesario sentir de cerca la realidad
dantesca de una mina, para comprender que el cigarro, la coca y el alcohol, no
son elementos que los mineros consumen por vicio, sino para poder soportar las
condiciones inhumanas de trabajo.
Los mineros, desde siempre y casi
sin ninguna seguridad laboral, exponían sus vidas a los peligros y la muerte,
debido al ámbito insalubre de las galerías, la falta de herramientas
apropiadas, la proliferación de gases tóxicos y los derrumbes capaces de
aplastarlos y bloquear el acceso a los parajes; toda una odisea que los
gigantes de las montañas, acostumbrados a batallar a diario contra las rocas,
podían superar a fuerza de voluntad y su fe puesta en el Tío, un ser mitológico
de la cosmovisión andina, en el que ellos depositan todas sus esperanzas, aun
sabiendo que, después de diez años de trabajo, su salud estará irreparablemente
dañada por el ingrato polvo de las paredes rocosas que penetra en sus pulmones,
petrificándolos hasta provocarle una muerte entre vómitos de sangre.
Los países andinos como Bolivia,
aproximadamente desde mediados del siglo XIX, fueron incorporados a la economía
capitalista mundial y sometidos a los designios de los países industrializados,
que usaron y abusaron de las naciones subdesarrolladas, que durante mucho
tiempo se debatieron en una pobreza estremecedora, como
si hubiese sido justo el control político, económico y cultural de una minoría
sobre una mayoría. No se debe olvidar que los campesinos fueron los pongos de los dueños de
tierras y haciendas, las clases medias vivieron en la desolación y los mineros,
con una larga historia de explotación, sobrevivieron con salarios mínimos, que
no alcanzaba para cubrir la canasta familiar ni con la existencia de las pulperías, esos almacenes de la empresa
minera donde las “amas de casa” se abastecían con los artículos de primera
necesidad, para evitar que sus hijos se mueran de hambre.
Es preciso añadir que las madres,
esposas e hijas de los mineros, no dejaron de clamar a los cuatro vientos
justicia y libertad, con un ímpetu que cada vez se convertía en un poderoso
clamor popular, en el que convergían las voces de quienes, desde la resistencia
organizada contra los poderes de dominación, estaban convencidos de que la
libertad es inseparable de la justicia social. En este contexto, las mujeres
mineras son dignas de ocupar un sitial de honor en las páginas de la historia
nacional, porque fueron
capaces de convertirse de “amas de casa” en “armas de casa”, como las cuatro
mujeres mineras que, tras una huelga de hambre iniciada junto a sus pequeños
hijos en diciembre de 1977, tumbaron a una de las dictaduras más despiadadas de
todos los tiempos.
Asimismo, no es casual que las “palliris” y “amas de
casa”, con su problemática social y familiar, estén presentes como protagonistas
en la literatura de ambiente minero. Se las encuentra en las crónicas de la
colonia, en los documentales de historia del cine y la televisión, en los
cuentos de René Poppe y Víctor Montoya, en la novela “En las tierra del
Potosí”, de Jaime Mendoza; “Socavones de angustia”, de Fernando Ramírez
Velarde; “Metal del diablo”, de Augusto Céspedes; “El precio del estaño”, de
Néstor Taboada Terán, entre otros.
Los estudiantes, a través de los
libros de historia, novelas, cuentos y poemas, deben enterarse de que la
democracia de la cual gozan hoy, se la deben en parte a ellas, que supieron
luchar a brazo partido, a trancas y barrancas, para que sus hijos no vivieran
despojados de dignidad y derechos, para que no repitieran la historia del
pasado colonial ni sufran los tormentos de las dictaduras militares.
El sistema escolar es un canal
idóneo para contribuir en la información y formación de los estudiantes que
necesitan conocer la historia del movimiento obrero boliviano, no sólo por
obligación patriótica y cultura general, sino también porque los mineros son
los artífices de una gran parte de la historia de todos los bolivianos que, de
una manera injusta y deliberada, no está debidamente registrada en los libros
de texto que se estudian en las escuelas y colegios; una desidia que esperemos
sea enmendada lo más pronto posible, para no cargar en la conciencia el inconmensurable peso de la ignorancia y el olvido.
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