Acaba
de publicarse la segunda edición de “Cuentos de la mina” (Ed. Kipus, 2018), del
escritor Víctor Montoya, con treinta y cinco cuentos de variada extensión y
algunas fotografías que muestran la imagen del Tío de la mina, cuya estatuilla
fue modelada por los propios trabajadores en los parajes donde acuden a “pijchar”
o acullicar.
En
“Cuentos de la mina”, escritos desde la visión del realismo fantástico, se
recrean los mitos y leyendas que giran en torno al Tío; un ser mitológico de
carácter ambiguo, mitad dios y mitad demonio, que simboliza el sincretismo
religioso desde la época de la colonia.
Víctor
Montoya hace gala de las creencias y supersticiones que reinan en la
cosmovisión andina, donde sobreviven los ritos, usos y costumbres de las
culturas originarias. En los cuentos se retrata la vida cotidiana de los
mineros; sus luchas, tragedias y esperanzas, pero también sus tradiciones
vinculadas al realismo fantástico y las consejas pagano-religiosas, donde el
Tío de la mina está considerado como el guardián de las riquezas minerales y el
amo de los trabajadores del subsuelo.
Su
amante, la Chinasupay (diablesa), posee un fuerte atractivo erótico en el
imaginario popular, aparece y desaparece misteriosamente en los sueños y las
pesadillas de los mineros, quienes la temen tanto como al mismísimo Tío.
Algunos incluso creen que la Chinasupay es la encarnación del Tío que, a modo
de poner a prueba su poder de atracción sexual, se transforma en una mujer capaz
de envilecer a los mineros solitarios y desprevenidos.
El
Tío es el protagonista principal en “Cuentos de la mina”. El autor, desde un
principio, intenta responder la siguiente pregunta: "¿Por qué el diablo se
llamó Tío?" La explicación, narrada de una manera sorprendente y lúcida,
la encontramos a lo largo del libro, donde se afirma que el Tío, en su estado demoníaco,
hace suya a una chola de buen parecer, en quien engendra a un hijo que nace con
el aspecto de iguana. Entonces el poder eclesiástico, al constatar que la
criatura no es la hechura de Dios sino del diablo, condena a la madre y al hijo
a perder la vida en una hoguera. Es por eso que el diablo, según se relata en
el libro, actúa en venganza propia y causa estragos entre los pobladores, hasta
que los mineros le suplican perdón por el asesinato de su legítimo heredero. El
diablo recapacita, hace reaparecer los minerales en las galerías y decide
llamarse Tío, a quien los mineros, como en una suerte de pacto, deben rendirle
pleitesía ofrendándole sangre de llama blanca, hojas de coca, cigarrillos y
aguardiente.
La
segunda edición, aumentado y corregida, obedece al gran interés de los lectores
por interiorizarse en el fascinante mundo de las minas, que es el hábitat
natural de ese personaje sobrenatural venerado por los mineros, quienes
trabajan en las oscuras galerías, sin otra ilusión que ganarse el pan del día y
salir con vida de las tenebrosas entrañas de la Pachamama.
El libro, desde que se
publicó por vez primera en Suecia (Ed. Luciérnaga, 2000), despertó un inusitado
interés entre los lectores nacionales y extranjeros. Se ha traducido a varios idiomas
y ha sido ampliamente comentado por la crítica literaria. En la contratapa de
la segunda edición de “Cuentos de la mina”, a cargo del Grupo Editorial Kipus,
se incluyen algunos comentarios destacando la temática del libro y la capacidad
narrativa del autor.
En palabras del historiador
y escritor argentino Fernando Soto Roland, “el maravilloso libro de Víctor
Montoya, ‘Cuentos
de la mina’, aclara
desde la literatura todo aquello que los historiadores no podemos captar con la
sencillez e inmediatez que es tan propia de los escritores de raza. Y Montoya
ha probado sobradamente que lo es. En su obra,
sin teorías venidas de otros oficios, el autor recrea con naturalidad el
imaginario del minero boliviano a través de una serie de cuentos en donde
quedan plasmadas las desdichas y esperanzas de ese colectivo humano utilizando
como marco de encuadre a uno de los personajes más emblemáticos del sincretismo
americano: ‘El
Tío de la Mina’, dueño sobrenatural y soberano absoluto de la oscuridad
y sus riquezas”.
El escritor uruguayo
Leonardo Rossiello, al cabo de leer el libro en su primera versión, no dudó en
aseverar que “leer ‘Cuentos de la mina’ significa sumergirse en el mundo
sincrético de las creencias mineras de Bolivia. Los textos, como si fueran
galerías de una mina, se van adentrando en las diferentes actualizaciones del
sincretismo cultural que supone la figura y leyenda del ‘Tío’, así como su significación para
los mineros”.
No
es menos interesante la opinión del poeta e investigador orureño Alberto Guerra
Gutiérrez, quien, como todo conocedor del folklore nacional, los mitos y las
leyendas mineras, afirmó en su comentario: “Este libro es el fiel reflejo del
pensamiento, los sentimientos, usos y costumbres que caracterizan a las
poblaciones mineras bolivianas y su entorno físico andino, ya que los hechos en
él relatados, se desarrollan en los centros mineros de Siglo XX, Potosí y
Oruro, en cuanto a las manifestaciones mitológicas y legendarias que dan origen
a acontecimientos culturales de extraordinaria magnitud, como el Carnaval de
Oruro y los ritos litúrgicos propios de una religión ecléctica que rige en
América desde el desenlace de la dominación española”.
Para el escritor Alfonso
Gumucio Dagron, que entró en contacto con el mundo minero como fotógrafo y
documentalista, no cabe duda que Víctor Montoya “rescata prolijamente las
tradiciones y leyendas de la mina y se convierte en un cronista del mundo
fantástico que emerge del socavón. Sus relatos son metáforas sobre la
existencia fantasmal que se atribuye a los mineros más empobrecidos, muertos en
vida por la silicosis y la ausencia de horizonte. Sin haber tenido la vivencia
de penetrar en la mina es difícil describir con tanta propiedad esa sensación
de ahogo, de oscuridad absoluta y de humedad sexual que se respira en los
socavones”.
Los
comentarios citados líneas arriba, con apreciaciones analizadas desde distintos
ángulos, coinciden en señalar que el libro, que aborda una temática propia de
la nación boliviana, es un valioso aporte a la literatura de ambiente minero
que, desde la publicación de “En las tierras del Potosí” (1911), de Jaime
Mendoza, conforma una vertiente importante en el contexto de las letras
nacionales.
La
literatura minera, con autores como Víctor Montoya, no solo ha ganado un
espacio preponderante a lo largo del siglo XX, sino que se ha consolidado entre
los lectores nacionales y extranjeros, quienes buscan una literatura que surja
desde las mismas entrañas de la tierra, contándonos las tragedias y esperanzas
de los mineros, pero también revelándonos el mundo mágico y mítico de la
cosmovisión andina, donde el Tío de la mina, personaje ambiguo entre lo sagrado
y lo profano, es venerado como el protector de las familias mineras y como el
amo indiscutible de las riquezas minerales.
Víctor
Montoya, con su libro “Cuentos de la mina”, se sitúa entre los autores de la
segunda mitad del siglo XX, que transitaron de la literatura del “realismo
social”, en la que se proyectaron las luchas de reivindicación socioeconómica
de los trabajadores, hacia la literatura
del “realismo fantástico”, que se ocupa de recuperar los mitos, leyendas y
relatos que, casi en su integridad, giraban en torno a la figura del Tío de la
mina.
Con
“Cuentos de la mina” queda confirmado que el mundo minero sigue siendo una
fuente inagotable de inspiración para los autores nacionales y una de las
canteras que mejor se presta para construir una genuina obra literaria, que
apasione a los lectores interesados en conocer las tragedias y maravillas
atrapadas entre las altas montañas de los Andes, donde las galerías de una mina
cuentan sus propias historias forjadas de realidad y fantasía.
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