Armando
Córdova Saavedra (*)
Muchas veces tuve oportunidad para
expresar las vivencias del glorioso pasado de nuestro legendario pueblo minero
y, en esta ocasión, al leer la obra “Huelga y represión”, escrita por mi
dilecto amigo Víctor Montoya, prácticamente me conmovió el relato por la manera
en que refleja su propia vivencia.
Se trata de un
testimonio que obliga a rememorar un acontecimiento de aquel escenario que nos
tocó vivir durante el gobierno militar del Gral. Hugo Banzer Suárez que, de manera
similar a otras dictaduras, bañó con sangre esta tierra minera.
Hoy siento una
satisfacción y un privilegio comentar la obra, porque permite evocar la esencia
misma de lo que fue una “huelga” y el efecto sobreviniente de la denominada “represión”,
al que también corresponde añadir la palabra “masacre”. Estas tres palabras
tienen su propia naturaleza, su propia realidad y, obviamente, su propia
historia.
En la obra,
escrita por Víctor Montoya, se observa, a través de su lectura, que la vida del
minero está impregnada de un realismo social, que nos permite describir lo que
fue propiamente la huelga minera de 1976, que estaba encaminada a lograr
reivindicaciones sociales, económicas y políticas, que se traducían en sendos
votos resolutivos, manifiestos, boletines y otros, que emergían precisamente de
las decisiones de las asambleas mineras como esténtores gritos que repercutían
para ser escuchados en el confín de toda nuestra patria y de todas las naciones
del mundo. Estas últimas fueron admiradoras de la gallardía y valentía de la
clase trabajadora de los distritos de Siglo XX y Catavi, al norte del
departamento de Potosí.
Por otra
parte, debe destacarse que la huelga minera era una profunda demostración de
lucha organizada y masiva. Estos movimientos populares nunca fueron
comprendidos por los regímenes militares y los gobiernos civiles, que fueron
serviles del fascismo y el imperialismo norteamericano.
Para acallar
estas iniciativas mineras, siempre existieron argumentos revestidos de
hipocresía y mentiras, que justificaban la intervención militar a los centros
mineros, tachando a sus dirigentes de subversivos, extremistas y de incitar a
la violencia.
Podemos seguir
describiendo algo más en torno a las huelgas mineras, sin embargo, considero la
necesidad de penetrar al segundo enfoque del autor del libro: la “represión”.
En esta época,
¿cómo se puede describir la palabra “represión”? Podemos hacerlo, pero lo que
sucedió en el pasado nunca se podrá comparar con las vivencias del presente,
porque en las épocas de las dictaduras militares, para destruir a los
movimientos sindicales de la clase trabajadora, utilizaron la violencia en su
máximo grado, actuaron sin respeto a la ley y cometieron delitos de lesa
humanidad en su accionar, anularon derechos legítimos y ejercieron toda clase
de vejámenes; procedieron a la cacería de dirigentes, desataron una sañuda
persecución, prohibieron la libertad de opinión y expresión, imponiendo una
censura total; se masacró a obreros, se apresó a dirigentes políticos y sindicales,
a muchos de ellos se los hizo desaparecer en los antros carceleros y con esas
actitudes pretendieron acallar las legítimas protestas.
En la obra de
Víctor Montoya se refleja esa realidad, de modo que, tras su lectura, puede
comprenderse mucho más el sufrimiento, el dolor, la angustia, la desesperación
y el martirio de los prisioneros políticos, quienes sufrieron la tortura, las
agresiones y humillaciones. Frente a esa realidad es importante valorar y
destacar que esas víctimas de las fuerzas represivas del régimen, en el fragor
de la heroica resistencia contra la dictadura militar, contribuyeron con su
sacrificio a la lucha de la clase obrera.
En esa cruda realidad,
asimismo, debemos involucrar a los hijos proletarios y a las mujeres mineras,
destacando su férrea voluntad de amor y sacrificio en las duras jornadas de
huelga, en las que acompañaban al esposo, al hermano y al compañero de clase,
soportando con estoicismo la crisis del hambre, mientras otras comprendían que
el destierro, el confinamiento y la cárcel eran el destino del esposo dirigente,
obligándolas a soportar la ausencia de su pareja sumidas en el letargo del
dolor, del sufrimiento y revestidas de llanto y desesperación. Esta es una
parte de nuestra historia y, como es natural, todo lo que ocasiona el dolor es
lo único que queda grabado en la mente de los seres humanos.
Aprovecho esta
oportunidad, a propósito de la obra “Huelga y represión” de Víctor Montoya,
para formular una cordial invitación para que cada uno de ustedes opten por
investigar y escribir libros sobre nuestro glorioso pasado, en los que reflejen
lo humano, los sueños y las tragedias, porque nuestra historia merece ser
inmortalizada en el tiempo, sin olvidar que somos hijos de un pueblo minero,
que ha escrito su historia con el dolor y la sangre de sus hijos.
* Abogado e historiador de la población minera de
Llallagua.
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