Museo
Antonio Paredes Candia
Crónica
de Víctor Montoya
A
poco de estar viviendo en El Alto, una entrañable compañera me comentó que muy
cerquita del Mercado Satélite estaba el museo que lleva el nombre de don
Antonio Paredes Candia, el escritor paceño que se alteñizó por voluntad propia.
No dejé pasar mucho tiempo y, por pura curiosidad, tuve ganas de conocer el
lugar donde construyeron el edificio. Así es como una mañana, tras recorrer por
un laberinto de calles, bajo un sol que no calienta sino que quema en estas
alturas de la cordillera andina, me topé con un mirador de fachada rosada y un
frontis de color violeta en el cual se leía: “Museo de Arte Antonio Paredes
Candia”. Era el mismo edificio que andaba buscando.
A
unos pasos de la entrada principal se erige el monumento al escritor y al lado
está la tumba que él mismo eligió. No es para menos, ya que don Antonio Paredes
Candia, después de pelearse casi diez años con los burócratas de la
municipalidad, buscando un terrero para edificar su anhelado museo, encontró,
con la ayuda de su sobrino que por entonces fungía como burgomaestre, un
terreno para ver realizada la obra de su vida: construir el primer museo en El
Alto, justo en el mismo lugar donde antes estaba el estanque de agua. No se
equivocó, pues el edificio está en medio de una población en permanente
renovación, con gente joven y rebelde, que quiere que el museo dignifiqué la
cultura que siempre se mereció esta ciudad.
Don
Antonio Paredes Candia, con todos los “peros” impuestos por sus detractores,
dejó su legado no sólo en el museo, sino también en la ciudad, donde puso el
nombre de héroes e ilustres personalidades a las calles y avenidas. Tampoco
está por demás decir que fue enemigo declarado de los individuos que,
ostentando su embestidura de autoridades, cometían atropellos indignos contra
los más indefensos del pueblo. Asimismo, odiaba a los gobernantes que se
aprovechaban de los recursos naturales de su “infortunada patria” para amasar
fortunas, como lo hizo Gonzalo Sánchez de Lozada, quien, además, tuvo la osadía
de ensangrentar al pueblo alteño, antes de huir de las manos de una turba
enfurecida dispuesta a lincharlo y colocarlo en la picota del escarnio.
Cabe recordar que el afamado
escritor paceño fue vecino de Villa Ingenio por más de quince años y que
participó en todas las actividades de su zona, donde vertieron su sangre el
mayor número de víctimas de la Guerra del Gas, en ese “Octubre Negro” del 2003,
que se tornó más negro todavía por el sollozo de una población herida y
conmocionada. Fue en esa ocasión en la que don Antonio Paredes Candia, con la
experiencia y valentía que lo caracterizaban, no dejó de fustigar a los
rebeldes ni dudó en calificar de ¡asesino! al mandatario de la nación, en medio
de voces eufóricas y aplausos de una muchedumbre dispuesta a defender los
recursos naturales al son del grito de guerra: ¡El Alto de pie, nunca de
rodillas!
En este museo, aún poco visitado y conocido por propios y
extraños, se levantaron los cimientos de un mirador circular desde el cual se
divisa una parte de La Hoyada, con sus edificios y cumbres nevadas bajo el
límpido sol del altiplano. No cabe duda que, con una torre más alta y un
magnífico telescopio, podría también contemplarse toda la ciudad de El Alto,
que se extiende a lo largo y ancho de la meseta como un aguayo de múltiples
colores.
Aunque don Antonio Paredes Candia no era alteño de
nacimiento, como los millares de pobladores que habitan en esta urbe, se sentía
un alteño de corazón y lo dio todo por esta ciudad, incluso sus reliquias
personales, como su abrigo, sombrero, chalina, bastón y hasta su poncho de vicuña, que lucen en la sala que él
ocupó en los últimos años de su vida. Todo hace pensar que
este escritor de bastón y colita plateada, presintiendo el ocaso de su
existencia, preparó todos los detalles de su entierro, disponiendo que sus
bienes
-valuado actualmente en medio millón de dólares y consistentes en una colección de más de 500 obras de arte, entre pinturas, esculturas, pieza de cerámica y su
biblioteca particular con más de once mil libros- pasen a depender del museo y que sus restos, en
cumplimiento de su propio deseo, sean enterrados en
el patio de la entrada principal, a manera de
custodio permanente, para que los visitantes sepan que allí estuvo y pisó fuerte uno de los mejores compiladores de las
costumbres y tradiciones bolivianas.
El
museo, que fue inaugurado el 29 de mayo de 2002, es dependiente del Gobierno
Autónomo Municipal de El Alto y el primer patrimonio cultural de la ciudad.
Ahora sólo falta que se convierta en un espacio más dinámico, con una
biblioteca considerable y un predio al cual deben acudir los niños, jóvenes y
adultos, para apreciar los cuadros, leer las obras literarias y constatar que,
a veces, un granito de arena puede llegar a ser una espléndida montaña, como le
hubiera gustado a don Antonio Paredes Candia, quien fue un amante desmedido de
la lectura y el arte desde su infancia.
En
la planta baja del museo se encuentra la sala de artes gráficas y acuarela
denominada “Wálter Solón Romero”, la misma que posé 11 obras de arte en
exposición y una vitrina de Arte Sacro en la cual se exhiben pinturas
coloniales y esculturas. En esta misma planta se encuentra instalada la sala de
pinturas “Antonio Llanque Huanca”, con obras de artistas nacionales e
internacionales, y, como corolario, aquí mismo se encuentra la sala “Antonio
Paredes Candia”, donde pueden apreciarse las ediciones de los libros que
escribió a lo largo de su vida y, lo que parece un hecho insólito, donde están
algunas de sus prendas de vestir, las condecoraciones que recibió y su
escritorio.
En
el segundo y tercer nivel se encuentra la sala de arqueología “Carlos Ponce
Sanginés”, en la que se exponen 161 piezas arqueológicas entre metales y
líticos. Asimismo, se encuentran tres figuras del Ekeko, con su vestimenta de
los años 1890, 1900 y 1945. Desde este nivel, es cuestión de subir unas gradas
para ingresar en la sala de escultura denominada “Víctor Zapana Serna”. Aquí se
encuentran las esculturas realizadas en diferentes materiales, como piedra,
mármol, madera, bronce y cerámica; obras de grandes maestros como Víctor Zapana
Serna, Marina Nuñez del Prado, Fausto Aoiz, Agustín Callisaya, Emiliano Luján,
Gil Imaná, Gonzalo Condarco, Alfredo La Placa. Gíldaro Antezana, Mario Conde,
Roberto Mamani Mamani, Ricardo Pérez Alcalá, Alfredo Saiquita, Efraín Ortuño,
Fernando Montes y Alejandro Sanz, entre otros.
Ya
dije que el museo está ubicado en el corazón de la zona
de Ciudad Satélite. No sé si esto es suficiente para que sea visitado
por la gente, pero tengo la
sensación de que ya constituye un monumento a la
cultura en
esta urbe de aguerridos luchadores. De modo que don Antonio Paredes Candia puede descansar tranquilo, porque si bien no hizo
realidad su sueño de cambiar el nombre de El Alto por el nombre del caudillo
indígena Túpac Katari, al menos dejó bien plantando un museo que
es el orgullo de los alteños y en el cual él depositó todo su amor y sabiduría.
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