Por Víctor Montoya
“La Internacional”, interpretada en las diversas
manifestaciones políticas y culturales, es uno de los himnos más emblemáticos
del movimiento obrero internacional. El texto fue escrito por Eugène Pottier (París, 1816 -1887), un tallista de
madera que, desde sus 13 años de edad, empezó a ganarse el pan embalando
cajones en la ciudad de Lille, al norte de Francia y cerca de la frontera con
Bélgica.
Se cuenta que Pottier,
que era hijo de una familia pobre, como pobre fue él a lo largo de su vida,
escribió el texto de “La Internacional” en junio de 1871, tras la caída de la
Comuna de París, en la cual participó activamente contra los monárquicos franceses, y que Pierre Degeyter, músico y obrero
dependiente en una papelería, luego de encontrar los versos de “La Internacional”
entre los papeles de su autor, compuso la melodía en 1888, consciente de que la
música no sólo debe suscitar una experiencia estética en el oyente, sino
también trasmitir un mensaje que convoque a la reflexión y la comprensión de
una realidad social indeseada.
Este canto, traducido a
casi todos los idiomas por su connotación ideológica e importancia histórica,
fue creado por dos trabajadores franceses, quienes depositaron lo mejor de sí
en “La Internacional”, cuyos primeros versos, acompañados coherentemente por
una composición de melodías, armonías y ritmos, retumban en el aire, al son de
los instrumentos de viento y percusión, y entre voces que se alzan desde el
fondo del alma, con una fuerza que estalla en el corazón: “¡Arriba,
los pobres del mundo./ De pie, los esclavos sin pan!/ Atruena la razón en
marcha,/ Es el fin de la opresión...”.
“La internacional",
desde que se la cantó públicamente en el congreso de la Segunda Internacional
Socialista fundada en 1889, se ha convertido en el himno del proletariado
mundial, en una obra musical que se entona a viva voz no sólo en los
acontecimientos más significativos de las organizaciones sindicales, sino
también en cada Primero de Mayo, al conmemorarse el Día Internacional de los
Trabajadores. Este mismo canto, con diferentes modificaciones de la letra, ha
sido interpretado en la Tercera y la Cuarta Internacionales; es más, llegó a
ser himno
oficial de la Unión Soviética entre 1918 y 1943.
Asimismo, no es extraño
que los revolucionarios, que entonan este himno con el brazo izquierdo en alto
y el puño cerrado, hagan suyo este texto que, en cada verso y estrofa, expresa
sentimientos, circunstancias y pensamientos, como un llamado vehemente a la
solidaridad entre los pobres, a la necesidad de lucha contra la opresión
capitalista y al deseo de construir una sociedad con más libertad y justicia en
un mundo que sea el paraíso de toda la humanidad.
Eugène Pottier, aparte de haber sido escritor, dibujante y
revolucionario, fue un ser sensible capaz de trocar en versos sus pensamientos
ideológicos más profundos. Sus biógrafos aseveran que poseía el don de la
palabra y que a los catorce años de
edad escribió su primera poesía, titulada: ¡Viva la Libertad! Desde entonces,
no dejó de registrar con su puño y letra todos los acontecimientos políticos en
Francia. Sus versos, que después de su muerte fueron musicalizados por diversos
compositores, tenían la intención de despertar la conciencia de clase de los
trabajadores y fustigar a la burguesía que estaba ingresando a su fase de
descomposición imperialista.
Este
militante obrero, fiel a su instinto de clase y credo revolucionario, estuvo
presente en los diferentes acontecimientos del movimiento obrero suscitados en
Europa a finales del siglo XIX. Fundó la Cámara Sindical de Talleres de
Dibujantes y se afilió a la Primera Internacional. Durante el sitio de París, fue nombrado brigada de un batallón de la
Guardia Nacional y delegado ante el Comité Central. Asimismo, en 1871, fue
elegido por unanimidad para formar parte del consejo de la Comuna de París.
Luchó en las barricadas en defensa de la Comuna y, tras la derrota de este
movimiento insurreccional de los trabajadores, huyó de la represión de la
“Semana Sangrienta” y de la ejecución, refugiándose en Inglaterra y Estados
Unidos, donde trabajó como dibujante y maestro.
Durante
su exilio, y asumiendo con dignidad su condición de inmigrante en tierras
lejanas, escribió el poema “Los
obreros de los EE. UU. a los obreros de Francia”, en el cual refleja la vida de
los trabajadores bajo el yugo del sistema capitalista, dando cuenta de su
miseria, su trabajo inhumano y su firme decisión de acabar con la explotación
del hombre por el hombre. Estaba convencido de que los trabajadores de todas
las latitudes, por encima de las fronteras nacionales, tenían las mismas
necesidades y el mismo interés de lucha por hacer posible la revolución
proletaria mundial, cuya vanguardia indiscutible es la clase obrera.
Años
más tarde, cuando el gobierno francés concedió amnistía general y restableció
el orden constitucional, Pottier retornó del exilio y reanudó sus actividades
políticas en París, donde participó en la formación del Partido Obrero Francés
y colaboró en el periódico “El Socialista”, junto con Paul Lafargue, quien,
además de médico y periodista revolucionario, fue el yerno de Karl Marx y uno
de los teóricos marxistas más connotados de su época.
Eugène Pottier se mantuvo activo en la vida política y en su
quehacer literario, hasta que la muerte lo alcanzó el 8 de noviembre de 1887. El cortejo fúnebre, al
que acudieron miles de trabajadores, se convirtió en una manifestación popular,
donde no faltaron los gritos de: “¡Viva
Pottier!”. El
coche fúnebre llevaba la orla roja de los miembros de la Comuna, ante los ojos
de la policía reaccionaria que, en medio de disparos y disturbios, intentaba
arrebatar las banderas rojas que flameaban en la procesión. Muchos fueron los
discursos a su memoria y muchos los artistas que musicalizaron sus versos. Sus
restos descansan en el cementerio de
Peré Lachaise, donde también están enterrados los revolucionarios que fueron
fusilados tras
la derrota de la Comuna de París.
V.I.
Lenin, impactado por la muerte de este magnífico autor del himno del proletariado
mundial, escribió en el No. 2 del periódico “Pravda”, del 3 de enero de 1913,
palabras de hondo sentimiento y admiración: “Pottier murió en la miseria, mas
dejó levantado a su memoria un monumento imperecedero. Fue uno de los más
grandes propagandistas por medio de la canción”. En efecto, sus “Cantos Revolucionarios”, entre los que destacan
“La Internacional”, “El Terror Blanco” “El Muro de los Federados” y “El
Rebelde”, fueron tan efectivos en la lucha anticapitalista como los discursos
incendiarios de los líderes políticos y sindicales.
Eugène
Pottier murió sin ver el triunfo de la revolución proletaria, pero su poesía,
convertida en himno y arma de protesta, lo mantiene más vivo que nunca. Sus
textos parecen fantasmas que recorren el mundo y la letra de “La
Internacional”, que se canta en coro y al unísono, es su mejor legado a la
humanidad. No en vano los trabajadores, que se alzan con valor y solidaridad
inquebrantable, repiten el estribillo: “…¡Agrupémonos
todos,/ en la lucha final!/ El género humano/ es la internacional.”
Este himno
revolucionario, debido a la fuerza en su melodía y el mensaje inherente en sus
versos, parece haber nacido desde las mismas entrañas del proletariado
internacional que hoy, como siempre, enarbola las banderas de lucha contra el
sistema capitalista y honra la memoria de Eugène Pottier, cuyo talento y compromiso social
quedaron plasmados en el ritmo marcial de “La Internacional, que desde hace más
de un siglo entonan millones de trabajadores a lo largo y ancho de este
planeta, donde todavía no se han perdido las esperanzas de que otro mundo es
posible.
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