Por: Víctor Montoya
El protagonista principal de mi reciente libro es el Tío de la mina, un ser ambivalente entre lo profano y lo sagrado, que
habita desde los tiempos de la colonia en los tenebrosos socavones del Sumaj Orq’o
(Cerro Rico). Es una de las deidades centrales en la cosmovisión andina y un
personaje fantástico en el mundo minero, donde los mitos y las leyendas se
ensamblan de manera extraordinaria con las creencias y tradición de las
culturas ancestrales.
Los relatos se fraguaron en una oscura habitación de la ciudad de El Alto,
donde entablé amenas conversaciones con la estatuilla del Tío de Potosí, quien,
en su condición de dios y diablo a la vez, aparece en el ámbito minero tras el
sensacional descubrimiento de los yacimientos de plata en las sierras del
altiplano, donde miles de conquistadores se dieron cita con la intención de amasar
fortunas. Desde entonces el pueblo
quechua de Kantumarca se convirtió en la Villa Imperial y sus riquezas minerales
en recursos que llenaron las arcas de la monarquía española.
Como en anteriores ocasiones, fascinado por la
mitología del Supay (diablo) y las tradiciones mineras, volví a sumergirme en
el contexto mágico del macizo andino, para acercar a los lectores hacia los
misterios escondidos en el vientre de la Pachamama, salvo que esta vez no con
historias narradas en el género del cuento ni la novela, sino a través de
relatos dialogados en los cuales el Tío cobra vida y se expresa con voz propia
sobre un abanico de temas que revelan sus más genuinos sentimientos y
pensamientos.
Debo confesarles que, a poco de retornar de Europa, visité una de las minas
en el Cerro Rico, que en otrora manaba ingentes cantidades del preciado metal,
para conocer el hábitat natural del protagonista de mi obra, consciente de que
el Tío, soberano de las oscuras galerías y dueño absoluto de las riquezas
minerales, aparte de reunir todos los atributos que requiere un personaje
literario, representa el
mestizaje cultural y el sincretismo religioso entre el monoteísmo católico y el
politeísmo de las civilizaciones precolombinas.
En “Conversaciones con
el Tío de Potosí”, lejos de reflejar la realidad agobiante de las minas y la
tragedia de los mineros, propongo textos contextualizados en un laberinto hecho
de mitos, leyendas y supersticiones, como si desde un principio hubiese optado
por tener una mirada sesgada de la realidad, para luego recrearla y
reinventarla, con un desparpajo que pone a prueba la capacidad del narrador y
la inteligente expectativa del lector.
Cabe anotar que en el
libro se destila una
irreverencia inusual y un sentido del humor cargado de una fuerte dosis de
transgresiones éticas y morales, sin
que por ello los pensamientos dejen de ser embellecidos por la imaginación y
enardecidos por el alma de quien, sin más recursos que la honestidad y el conocimiento
de causa, intenta encandilar la mente incluso de los escépticos acostumbrados a
cuestionar la cuasi verosimilitud de las obras construidas sobre los andamios
de la realidad y la fantasía.
En
“Conversaciones con el Tío de Potosí”, como en toda obra que nos acerca a los
vericuetos de la condición humana, se plantean temas filosóficos de la vida
cotidiana y se penetra en las manifestaciones subconscientes de los mineros,
quienes, durante quinientos años de colonización, asimilaron las costumbres de
los conquistadores ibéricos y conservaron las costumbres de las civilizaciones originarias.
En este
libro, como en otros de mi producción literaria, retomé la temática minera, procurando
recrearla a partir de las aventuras y desventuras fantásticas de uno de los
personajes más emblemáticos de la
tradición popular boliviana. El Tío de la mina, sentado frente a su interlocutor y dispuesto
a deleitar con la versatilidad del verbo, no deja de sorprender con su
sabiduría en cada una de las conversaciones en las que fluyen las ideas y
palabras con una enorme carga emocional. Es decir, la magia de la
palabra permite que el Tío, a pesar de su aspecto demoniaco y sus poderes sobrenaturales, aparezca retratado desde una perspectiva humana, como si de veras
fuera un individuo de carne y hueso
En las treinta conversaciones que componen el libro, donde los diálogos están hilvanados
con un lenguaje coloquial, cruzamientos narrativos, contrapuntos e
intertextualidades, el lector podrá familiarizase también con las creencias y
hábitos de los mineros, en los que destacan el Carnaval pagano-religioso y la “ch’alla”,
un ritual de ofrenda y agradecimiento a la Pachamama, la divinidad que
entrega los frutos de su vientre a sus hijos terrenales, y al Tío de la mina,
protector de las riquezas minerales y amo de los mineros, quienes sentados alrededor de su trono, a la
usanza de los mitayos de antaño, le rinden pleitesía ofrendándole hojas de
coca, cigarrillos y aguardiente, a modo de congraciarse con él, a quien lo veneran
tanto como al misericordioso Tata Q’aqcha (Cristo Minero).
“Conversaciones con el
Tío de Potosí”, además de ser un volumen que enseña y entretiene, es un justo homenaje
a la Villa Imperial y al Cerro Rico, donde todavía reina el Tío, haciendo gala
de su milenaria existencia y su poder infinito, mientras el afamado cerro, en
cuyas faldas se levantaron las primeras casas de la Villa Imperial, hoy mira a sus habitantes
con un gesto de tristeza y melancolía, como diciéndoles que todo lo que un día
empieza siendo grande, otro día termina siendo pequeño, que la riqueza termina
en la pobreza y que todo lo que tiene un comienzo está condenado a tener un
final.
El Tío es, sin lugar a dudas, uno de
los personajes más insólitos en las minas potosinas, donde encontré la veta más
rica del imaginario popular, para luego explotarla y usarla como materia prima
en la elaboración de mi obra literaria que, analizada desde cualquier punto de
vista, no es otra cosa que el rescate de la memoria colectiva y la demostración
de que sí existe un realismo fantástico, cuya exuberancia se experimenta a
través de la simbiosis inherente entre los trabajadores del subsuelo y el
protagonista de mi obra, que no sólo es una de las deidades mitológicas más
significativas de las culturas ancestrales, sino también el dios y diablo
recluido en las dantescas galerías de la mina.
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