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28/2/14

El Tío de la mina y el Carnaval de Oruro

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Por: Víctor Montoya

Cuando le informé al Tío* que muchos de los que bailan en Oruro, sin saber lo que bailan, desconocían el verdadero origen del Carnaval, hizo chisporrotear la lumbre de sus ojos y se quedó calladito en siete idiomas. Acto seguido, mientras encendía su cigarrillo, asistió con un tono de furia en la voz:

–Ya ves, ya ves... Es lamentable que la gente no sepa que fui yo, y nadie más que yo, el promotor del Carnaval de Oruro, de esa festividad fastuosa que ahora llaman Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad... Y si no me lo crees o dudas de mi palabra, pregúntales a los antropólogos, etnólogos e historiadores, quienes de seguro confirmarán que, efectivamente, conmigo se inició el Carnaval en la tierra de los urus.

–Eso quiere decir que a ti te debemos la grandiosidad de esa fiesta que, como el Carnaval Minero en Potosí, sacude los cimientos de nuestro acervo cultural –le dije, en un intento por amainar su furia.

–Así es, pues –repuso–. La tradición oral relata que todo se inició tras el descubrimiento de la imagen milagrosa de la Virgen de la Candelaria, quien apareció pintada en la guarida del Chiru-Chiru. Los mineros, asombrados por tan extraña aparición de la Virgen, la reconocieron como su protectora y la convirtieron en su Patrona. Después se dieron a la tarea de organizar una fiesta de tres días en su honor, se disfrazaron con el traje de luces de los diablos para bailarle su diablada en la primera celebración del Carnaval que, según los investigadores y especuladores, se inició en la época de la colonia.

–Entonces, ¿tú fuiste el inspirador del Carnaval de Oruro?

–Claro, pues –contestó y aspiró el humo del cigarrillo–. Los curas construyeron la capilla de la Candelaria en las faldas del cerro Pie de Gallo, en el mismo lugarcito donde estaba ubicada la cueva del Chiru-Chiru. En tanto los mineros, reunidos en mi paraje a la hora del pijcheo, decidieron por unanimidad disfrazarse de Tíos y bailar con devoción para la Virgen. La fiesta, entre ch’allas, q’oas y q’arakus, debía durar desde el convite hasta la kacharpaya. Así empezó todo... Por eso mismo, y por todo lo que te cuento, no es casual que en Oruro, ciudad minera que antiguamente fue bautizada con el nombre de Real Villa de San Felipe de Austria, tenga una estatua impresionante cerquita de las faldas del cerro Pie de Gallo, debajo del monumento al minero y delante del santuario de la Virgen del Socavón… Por eso mismo, debía ser el primer invitado a la tradicional Entrada del Carnaval y no el primero en ser echado al olvido...

Me limité a servirle una copa de quemapecho. El Tío hizo girar sus ojos como radares caldeados al rojo vivo y dijo:

–¡Pucha, caray! ¡Qué bella es la danza de la diablada! Aunque es de indiscutible inspiración religiosa, está revestida con mis atributos profanos de Supay o diablo benefactor de la mitología andina. Si los mineros se disfrazan de Tíos es para no provocarme enojo alguno ni olvidarse de las tradiciones ancestrales.

–¿Así que la deslumbrante danza de la diablada representa valores religiosos, ancestrales y mitológicos?

–Nada más ni nada menos –replicó–. Por si no lo sabías, escribano del diablo, te cuento que el Carnaval orureño nace también de la simbiosis esencial de tres culturas: la indígena, la afro-boliviana y la española. Sin embargo, su mayor significado está en el sincretismo religioso, en el cual conviven y se complementan la religión católica y el paganismo ancestral, pues junto a Dios, que fue importado por los conquistadores, sobreviven los dioses ancestrales de las culturas precolombinas, y una de esas deidades milenarias soy yo, celoso protector de las riquezas minerales y legítimo amo de los mineros.

Cuando le comenté que los organizadores tenían la intención de darle realce al Carnaval con la presencia de autoridades del gobierno, el Tío lanzó una risita irónica y, echando bocanadas de humo y empinando la copa, dijo:

–Para qué autoridades gubernamentales, si la única autoridad en el Carnaval soy yo, ataviado con mi traje de Lucifer, capa ornamentada con las cuatro plagas, máscara feroz, botas charoladas y látigo en mano.

Por un instante, me quedé pensando en que el Carnaval de Oruro, cuyos usos y costumbres tienen su origen en las creencias de los mineros de antaño, no sólo servía para exaltar las bondades de la Virgen milagrosa, sino también para realizar rituales ancestrales y conservar la tradición del Tío de la mina, un personaje que le da mayor realce y colorido a esta fiesta pagano-religiosa, donde los diablos, una vez que recorren por las avenidas de la Capital Folklórica, representando en un acto teatral la disputa dramática entre el Bien y el Mal, entre el arcángel San Miguel y Lucifer, finalizan su fervorosa promesa ingresando de rodillas al santuario donde los recibe la Virgen del Socavón, a quien le dedican su baile con devoción y le piden protección por el resto de sus días. 

Y justo cuando estaba perdido en mis cavilaciones, cruzó mi mujer en dirección al dormitorio. El Tío la miró de punta a punta, bajó la voz a un tono inaudible y, acercándose hacia mí, habló en mi oído:

–Tu mujer sería la Chinasupay más  seductora del Carnaval y tú el cornudo más perfecto que pisa la tierra.

–¡No jodas! –le dije, retirándome con violencia–. Está bien que seas el generador del Carnaval de Oruro, pero no un degenerado que se aprovecha de la mujer de su escribano.  

El Tío, como si desoyera mis palabras, aplastó la colilla del cigarrillo, sorbió las últimas gotas de la copa y, acariciándose la perilla, estalló en una sonora carcajada.

–¡¿Qué pasa!? –gritó mi mujer desde el dormitorio, ya recostada en la cama.

–¡Nada! –contesté, a tiempo de que escuchaba, a mis espaldas, la grave voz del Tío:

–Es hora de que atiendas a tu mujer. Otro día te contaré más detalles sobre el origen del Carnaval de Oruro, donde la tradicional Entrada es, cada vez más, un derroche de fastuosidad, gallardía, variedad cultural, colorido, belleza…

Las agujas del reloj marcaron las doce de la noche. Apagué la luz del cuarto y cerré la puerta, en tanto el Tío, cuyos ojos redondos parecían brasas en la oscuridad, se quedó pensando para sus adentros: un Carnaval sin el Tío, no es Carnaval...

* Deidad  de la mitología andina. Los mineros le temen y le rinden pleitesía, ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.

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