Las celebraciones pueden tener cuatro bandas y varios conjuntos musicales. Las mujeres asisten llenas de oro |
NATHALIE IRIARTE V.
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Hace seis años nació un tipo de arquitectura única y excéntrica. La arquitectura chola. Este estilo tiene como cuna la ciudad de El Alto, donde actualmente existen más de 80 edificios coloridos, exageradamente lujosos y decorados con motivos andinos o extravagantes. Estos predios tienen una característica diferenciadora: son coronados con una vivienda familiar en forma de chalet encima de los 4, 5, 6 o 7 pisos que pueden tener. Su nombre: ‘cholet’, es decir, un chalet cholo. Esta palabra, que bien podría ser calificada como despectiva, ahora cambia de tono y los alteños más adinerados muestran esa arquitectura chola con orgullo.
¿Pero de dónde vienen estos edificios? Aunque el origen del estilo todavía es incierto y genera discusión entre arquitectos y albañiles, lo que queda claro es que de más de 80 cholets que hay en El Alto, al menos 65 tienen la misma firma: Freddy Mamani Silvestre (foto en la página 10).
Freddy Mamani –un albañil que lleva 18 años trabajando en construcción y casi 10 como arquitecto– se declara creador de los cholets. Comenzó a jugar a hacer casitas con piedras y barro en su pueblo natal, Catavi, en la provincia paceña Aroma. Su familia se mudó a La Paz cuando él era un niño. Freddy supo que su vocación era la construcción cuando su padre lo llevaba de ayudante de albañil a trabajar en la construcción de lujosas casas de la zona sur, la parte de la ciudad donde vive la clase alta. Ahí, ayudando a hacer las casas de jailones paceños, Freddy ni soñaba con un futuro donde los nuevos ricos bolivianos estarían en El Alto, esa ciudad a la que él y sus siete hermanos llegaron a vivir, como muchos migrantes campesinos que salían de sus pueblos para buscar días mejores.
“Yo soñaba con ser algo en la vida”, dice Freddy como si entonces no hubiera sido nada, no hubiera sido nadie. Para ello trabajó como albañil y logró pagarse sus estudios en la Universidad Mayor de San Andrés. Se volvió arquitecto en contra de su familia, que le decía que “no estudie una carrera cara, una carrera para ricos”. Pero Freddy quería ser alguien y ese anhelo lo llevó al ser un arquitecto y dueño de una empresa constructora.
El primer cholet lo diseñó en 2005, casi por accidente. Fue para un comerciante de celulares en El Alto que quería construir algo en su terreno, pero no sabía qué. Un folclorista –como la mayoría de sus clientes –. “Hice un viaje por Tiwanaku y de allá llegué pensando que debíamos hacer obras que muestren nuestra cultura milenaria, obras con las formas andinas, con los colores de los aguayos. Le propuse eso al dueño del terreno y aceptó; hicimos el primer edificio y lo pinté de verde porque en El Alto no hay árboles y quería poner un poco de color a la ciudad. Luego de eso reventamos como pipocas”, dice sonriente.
Otros folcloristas y comerciantes adinerados se anoticiaron del edificio verde y también querían uno. Pero Freddy no podía hacer lo mismo. “Esto es un arte, como la música, te aburres de hacer lo mismo, por eso cada edificio tiene una forma y diseño particular”. Pero además de la forma, en ese primer experimento de arquitectura andina, Freddy tenía otro reto: hacer algo que genere ganancias a su cliente. “Entonces le propuse hacer un salón de eventos, algo elegante, algo que hasta entonces no había en El Alto. Las bodas o los prestes se hacían en galpones, en lugares feos. Se me ocurrió que podía ser buen negocio un salón lujoso que llame la atención”, recuerda Freddy. El cliente quedó encantando y, como él, muchos otros siguieron el ejemplo. Ahora El Alto tiene más salones de eventos que La Paz y todos con fiestas y clientes.
Freddy dice que luego le hicieron fotos en periódicos locales y que a alguien se le ocurrió decir que sus diseños eran arquitectura chola, quizás al principio con un tinte despectivo. Pero el nombre fue quedando y más alteños querían su edificio cholo y se sentían orgullosos de tenerlo. Finalmente el nombre mutó a cholets. Nadie sabe cómo, nadie sabe cuándo. Luego fueron apareciendo otras obras parecidas a las de Freddy, pero no eran suyas. Pero aun con competencia, Freddy Mamani es el arquitecto más buscado en El Alto y en otros departamentos del país. Ha viajado a hacer cholets en Oruro, Cochabamba, Pando e incluso ha ido a Juliaca (Perú). Los cholets de Freddy ya han pasado las fronteras nacionales, El Alto se va tiñendo de color como tanto quería, y él –ese chico que jugaba a hacer casitas con barro y piedras– ya es alguien. Es el creador de la nueva arquitectura chola.
Orgulloso de ser chol
Alejandro Chino es dueño de un cholet en El Alto, una gran edificación de cinco pisos pintados de amarillo y naranja. Por fuera, la decoración muestra piedra laja, espejos y formas geométricas incaicas. Una tienda de telas da a la calle. Por dentro, el primer piso es un salón de eventos, todo es lujo kitsch: en la entrada hay una alfombra roja, lámparas de cristal cuelgan de techos adornados como naves de iglesias intergalácticas, las paredes lucen pinturas imitando el arte de Mamani Mamani, y de todas partes salen cientos de pequeñas luces de colores. En el quinto piso, el cholet, hay una vivienda familiar con cuatro habitaciones, con baño privado y una suite con yacusi.
Alejandro Chino es moreno, de rasgos indígenas, ojos vivaces y pícaros, pero lo que más resalta en él es su sonrisa. Una sonrisa amplia que brilla. Brilla literalmente, brilla metálicamente, brilla más que su salón. Alejandro tiene todos y cada uno de los dientes rodeados de cuadraditos de oro. Este empresario paceño –se define como muy paceño por haber nacido un 16 de julio– es uno de los más grandes importadores de telas del país. Tiene cinco casas en La Paz, dos edificios en El Alto y una sastrería donde desfilan miembros de la embajada de Rusia, embajada de EEUU, senadores, diputados, representantes de la Corte Suprema de Justicia y las mejores fraternidades y grupos folclóricos de La Paz.
La vida lo trata bien. Es un exitoso hombre de negocios que viaja a congresos internacionales de sastres en México, Argentina, Brasil, Chile y muchos otros países. Pero la vida no siempre fue tan dadivosa con él. De hecho, para Alejandro y sus padres la vida fue mezquina y antes no tenían ni un edificio ni una casa ni un lote ni una próspera empresa, ni dinero para colegios privados ni para los libros del colegio fiscal ni nada. Antes Alejandro no tenía nada, pero aun así dice que nunca se consideró pobre.
Alejandro Chino Quispe nació en Achacachi y a los 5 años su padre –un campesino que vivía de sembrar papa, haba y cebada– lo mandó a vivir a La Paz para que estudie y trabaje con sus hermanos mayores; Alejandro se llevó en el recuerdo a un abuelo que cosía ropas para las cholitas del pueblo y además tres órdenes de su padre: "Ama sua, ama llulla y ama quella" (no robarás, no mentirás y no serás perezoso). “Mi padre me repetía ama sua, ama llulla, ama quella. Me decía que tenía que ser honesto, no importaba qué pase. Decía que si uno tenía hambre, debía decir de frente: tengo hambre; pero nunca robar, ni un pan. Decía que si uno ayudaba a alguien, aunque sea a cargar sus cosas, quizás te invitaba un refresco, un plato de comida en su casa. Que si uno ayudaba a la gente, nunca pasaría hambre”, dice con un español mal hablado, mezclado con quechua.
Alejandro empezó a trabajar a los siete años, mientras iba a la escuela, vendía api. Como era demasiado pequeño, no podía conseguir trabajo y fue de uno a otro: ayudando en panaderías como sus hermanos, ayudando en una fábrica de medias y como ayudante de construcción. “En construcción me pagaban solo medio sueldo porque no podía alzar la carretilla cargadita, pero yo era feliz con eso. Cuando ya tuve 13, me dieron el sueldo completo porque ya podía cargar. Entonces tuve que trabajar todo el día y estudiar de noche. Yo ahorraba mi sueldo y quería comprarme mi catre, mi colchón, tener mi televisor, para todo eso tenía que trabajar mucho”, recuerda.
Pero cargar arena en carretillas no era para él. A los 17 años Alejandro encontraría trabajo como ayudante en una sastrería. La sastrería Novedad, de la calle Los Andes. Allí aprendió a coser con buen acabado y ahorró para abrir su propio taller.
La sastrería Novedad nunca tuvo clientes famosos, pero tiene un pupilo famoso. Alejandro ha aparecido en Unitel como paceño de oro y recibió hace poco una condecoración en la Cámara de Diputados por ser uno de los mejores sastres de Bolivia.
Hoy ese sastre tiene el mejor salón de fiestas de El Alto. “Un cliente hizo el matrimonio de su hija y trajo a Carro Show, ha pagado miles de dólares para eso, fue la mejor fiesta”, cuenta.
Como la de Alejandro Chino, hay muchas historias de gente de éxito en El Alto. La mayoría de los propietarios de los cholets son comerciantes y folcloristas que pasaron de ser campesinos humildes a prósperos empresarios de comercio formal y también del informal. Importadores de electrodomésticos, telas, celulares, material para construcción, artículos de plástico, y un largo etc. hacen la lista de dueños de estos lujosos edificios que hoy florecen coloridos entre el desértico paisaje.
Allí, a 4.070 metros sobre el nivel del mar, los personajes más prósperos de la ciudad muestran su poderío económico en El Gran Poder y el Carnaval, donde compiten por tener la banda más numerosa, los mejores grupos musicales y la esposa llena de joyas de oro y con el traje más lujoso. El gusto por la ostentación ahora se ve en la arquitectura con los llamativos cholets
PUNTO DE VISTA
Esta arquitectura representa a un grupo de poder
Rim Safar - PRESIDENTA DEL COLEGIO DE ARQUITECTOS
Actualmente están tratando de imponer una manera de representación arquitectónica en El Alto, y digo impuesta, porque esa ciudad nunca tuvo una identidad arquitectónica.
Es un estilo novedoso, algo para identificarse. Si bien es rescatable, no condice con el resto de la obra que debería tener unidad. Pero no hay que confundirse, lo que se está haciendo en los cholets no rescata una identidad cultural andina ni étnica, porque nunca hubo una identidad como esa. Ese estilo no se ha visto donde estaba el cholo, ni en las etnias quechuas ni aymaras.
Ni en Bolivia ni en Perú ha habido ese tipo de construcciones que encima de un edificio ponen un chalet. Esto es algo impuesto, algo nuevo. Esta arquitectura chola representa a un grupo de poder. No es el rescate de nada cultural ni étnico, es más bien algo económico y político. Es una manera de decir: nosotros aquí existimos.
Es una muestra de poderío económico de excampesinos que ahora tiene plata. Es la representación de esos que no tenían el poder y que hoy lo tienen. Una forma de decir: yo soy orgullosamente cholo, antes no tenía plata, ahora tengo, mírenme. No olvidemos que todos los cambios políticos e históricos siempre se han visto representados en la arquitectura. Esto es otra muestra del cambio político que hubo en el país
LA CREACIÓN DE FREDDY MAMANI ES LA INSPIRACIÓN DE UNA ESCRITORA ITALIANA
Pero la historia no queda ahí. Una licenciada en Historia de arte italiana conoció sus obras y decidió hacer un libro llamado La arquitectura de Freddy Mamani Silvestre. “La idea de este libro es mostrar Bolivia a través de las bellas creaciones de Freddy. Yo ya hice un libro de turismo que se llama Bolivia, pero esta vez no quería el típico libro de postales, quería mostrar El Alto como una ciudad única. Queremos llevar el libro y el arte de Freddy afuera. He mostrado fotos a arquitectos y a constructores de Londres y les encantó; espero que pronto podamos viajar allá con el libro”, dice la autora Elisabetta Andreoli.
El libro La arquitectura de Freddy Mamani Silvestre fue presentado en La Paz el 6 de marzo como parte de las actividades del aniversario de El Alto.
Para quienes estén interesados, se vende en la Cámara de Industria y Comercio de El Alto y en la Fundación del Banco Central. Su costo es de Bs 280 y pronto estará en las librerías del país. Además será presentado en Inglaterra, España y otros países. El libro consta de 166 páginas, muestra un impecable trabajo del fotógrafo paceño Alfredo Zeballos y los textos son de la italiana Elisabetta Andreoli. Su elaboración fue posible gracias al apoyo de la Alcaldía de El Alto, la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, la Cámara de Industria y Comercio de El Alto y Monopol.
Para el alcalde alteño, Édgar Patana, esta innovadora “arquitectura andina de Bolivia” muestra la originalidad de las nuevas edificaciones coronadas por una residencia familiar llamado cholet, cuyo esplendor está en relación directa con el éxito financiero del habitante aimara-andino”.
El burgomaestre considera que este modo “de diseño colectivo hace visible una matriz cultural propia, original, innovadora y auténtica, con bases comunitarias, diferentes al pensamiento moderno occidental”.
Fuente: El Deber.
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