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21/11/18

A propósito de “Cuentos de la mina”

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Por: José Guillermo Dalence Salinas*

1.       La mina, la  minería y nuestra historia

Porque tenemos minerales empezó nuestra pobreza, porque tenemos riqueza minera fuimos oprimidos y explotados. Y hoy queremos industrializar nuestros recursos naturales no renovables en beneficio de nosotros mismos, pero no encontramos el camino.

Los españoles se quedaron al descubrir el oro y la plata, que lucían nuestros antepasados como adornos personales sin ningún valor comercial, ejercieron una dominación cruel e inhumana, diezmando nuestra población en el trabajo de la mita. Luego de la independencia, en la República, fueron reemplazados por los ingleses, estos por los norteamericanos. Actualmente el zinc de San Cristóbal alimenta a la industria japonesa con medio millón de toneladas de concentrados anualmente, aparte del otro cuarto de millón de toneladas de concentrados que seguimos enviando a los países desarrollados. En resumen, desde la conquista nos convirtieron en mineros productores de materia prima que ha servido para impulsar el desarrollo de las potencias de cada momento histórico.

Con la plata y el oro saqueados por los españoles se impulsó la revolución industrial en los siglos XVI, XVII y XVIII, ese capitalismo naciente y en desarrollo fomentó la colonización de África, y Asia y; en el s. XX, Estados Unidos con el estaño, wólfram y antimonio, se convirtió en la potencia imperialista con más fuerza militar del mundo.

En la actualidad, en nuestro país, la mayor producción se logra con la minería a cielo abierto, con tecnología de punta, sin embargo, con métodos y sistemas precarios, la minería subterránea sigue produciendo con más de cien mil trabajadores mineros. Eso significa que diariamente, más de cien mil trabajadores mineros ingresan a los socavones. El Tío no ha quedado solo.

2.       La minería reflejada en la literatura

Siendo que desde principios del s. XVI, la explotación de oro y plata y su traslado a Europa, han sido los motivos para la conquista y colonización. En la República del s. IXX los terratenientes feudales, producían provisiones para las minas; en el s. XX, desde poco antes de la Guerra Federal, el Estado vivió de la minería, o más bien el Estado estuvo al servicio total de los empresarios mineros. Y desde 1952, aunque el Estado desplaza a los “barones del estaño” en la administración de la minería, los recursos mineros siguen alimentando las fundiciones de Estados Unidos e Inglaterra. Por último, en 1985, con la crisis del estaño y para ejecutar el mandato imperial, los neoliberales proceden al cierre de las minas, “relocalizan” a los trabajadores mineros, entregan los mejores yacimientos a las empresas transnacionales y las agotadas a las cooperativas, organizadas por los mineros relocalizados, que buscan, de esa manera combatir la desocupación.

En consecuencia, la minería es el eje en torno al cual gira toda la historia de esta parte del mundo que hoy se llama Bolivia y, por ese motivo, se ha escrito de minas y mineros, exploradores, empresarios, trabajadores, administradores, rescatadores, comerciantes, aventureros, biografías y emprendimientos con éxitos y fracasos, luchas con victorias y derrotas, héroes y traidores. Se describe la minería desde distintos ángulos.

Se han escrito ensayos como “El dictador suicida” y “El presidente colgado”, de Augusto Céspedes; “Nacionalismo y colonialismo”, de Carlos Montenegro; “El poder y la caída” y “Réquiem para una república”, de Sergio Almaraz; “El poder minero”, “El poder financiero de la gran minería boliviana”, entre otros, de Juan Albarracín Millán; “Bajo un cielo de estaño”, de Antonio Mitre; “Llallagua, la historia de una montaña”, de Roberto Querejazu. Se han escrito novelas, donde destacan: “El metal del diablo”, de Augusto Céspedes; “Socavones de angustia”, de Fernando Ramírez; “Mina”, de Alfredo Guillén Pinto; “Cuando vibraba la entraña de plata”, de José Enrique Viaña, entre muchas; aparte de infinidad de textos y tesis especializados en la geología, la explotación, la concentración, la fundición, industrialización y comercialización de minerales.

3.       El Tío

En las minas, se desarrolló una cultura, incluyendo las expresiones de religiosidad, reflejos del cambio de ambiente, de los hombres, adolecentes, jóvenes y adultos, que dejaron la hacienda o la comunidad indígena; el colegio o la universidad de las ciudades; los talleres artesanales o los suburbios donde deambulan los desocupados, para buscar un salario, pero sin imaginar la dureza del trabajo, las condiciones inhumanas, largas jornadas en la oscuridad del subsuelo, inseguridad e insalubridad, por el encuentro con el polvo de sílice y la dinamita, bajos salarios y condiciones de vida precarias, vivienda compartida con otras parejas o familias, hijos subalimentados, mal vestidos, sin educación ni servicio de salud, altos índices de mortalidad materno infantil.

En fin, de esa pobreza extrema nacen grandes ilusiones y de ellas, la más soñada y común, es la de ganar más, para volver al valle de donde ha salido y comprar su propia sayaña; volver a la ciudad y continuar sus estudios; salir de la mina y abrir su taller de artesanía; hacer pareja y organizar una familia con alimentación segura, con salud y educación. . .

Cómo puede un hombre hacer realidad esas ilusiones, cuando ni conoce sus más elementales derechos, porque la jornada y el salario son imposiciones del dueño de la mina; ni tiene organización sindical porque está naciendo la clase obrera y aún no ha empezado el proceso de transformación de clase en sí en clase para sí. En ese escenario, sus ilusiones no pueden realizarse, si no es creando un ser superior, dios y dueño del mineral, que puede otorgarle el derecho de ingresar a la mina, trabajar sin accidentes y adquirir riqueza para dar a su familia la posibilidad de satisfacer sus necesidades de alimentación y vestido, además de ahorrar para cumplir el sueño eterno de volver a su lugar de origen.

En este entendido, no son el coloniaje ni la República feudal, los escenarios propicios de esta creación, porque en esos tiempos, los que ingresaban a la mina, lo hacían obligados y no tenían derecho ni a soñar en una vida mejor. Es con el nacimiento del sistema capitalista, que los hombres llegan a la mina, por un tiempo, hasta ahorrar para volver a su lugar de origen, con los recursos económicos que le permitan, de manera distinta, mostrarse ante su familia y entorno social, ya no como un pobre que salió en busca de fortuna, sino como un exitoso ex minero.

Ese dios y dueño de las minas es el Tío, tiene su pareja, la Chinasupay, juntos hacen su voluntad con el mineral y con la vida de los trabajadores, incluso con sus familias, porque salen a rondar por los campamentos.

En cada distrito minero e incluso en cada región, tiene características particulares pero, en general, Víctor Montoya nos da los elementos suficientes para describir las condiciones de trabajo en la etapa del Estado del 52 y la modalidad de trabajo por  blocks. Pero también notamos algunas particularidades, el Tío y la Chinasupay no se meten con el personal técnico y cuando salen de la mina, sólo andan por los campamentos de obreros. Luego estos seres sobrenaturales no tienen relación con la actividad sindical de los trabajadores, siendo que en el interior de la mina se realizaban grandes asambleas y eventos político sindicales. Tampoco actúan en los campamentos, durante las ocupaciones militares. Cuando los militares ocupaban los campamentos, hasta el Tío tenía miedo de salir de la mina.

En la actualidad, el Tío no ha quedado abandonado con la relocalización; por el contrario, el número de trabajadores cooperativistas es superior a los asalariados de antes del 21060 y, aunque la tecnología nos presenta equipos de avanzada, el Tío sigue venerado en todas las minas. Con solo trasponer la bocamina, para andar por el interior de una galería, aunque de visita, no deja de sentirse la posibilidad de estar acompañado, o por lo menos vigilado, por esa creación de los trabajadores mineros, tan detallada y bellamente descrito por Víctor Montoya.

La vida en las minas: el trabajo de explotación y beneficio de los minerales; la vida en los campamentos con el cine, las pulperías, los campos deportivos, las sedes sociales, las escuelas y colegios, iglesias, mercados, quintas y chicherías, etc., etc.; las luchas políticas y sindicales con reuniones, asambleas, marchas, congresos, ocupaciones militares, cierre de radioemisoras, recuperación de libertades, etc., etc.; todo ese conjunto de actividades no pueden ser comprendidas enteramente sin conocer los “Cuentos de la mina” de Víctor Montoya.

Oruro, 18 de octubre de 2018

* Abogado, exdirigente de la FSTMB, exministro de Estado, exrector de la Universidad Nacional “Siglo XX” y exgerente de la Empresa Minera Huanuni.

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