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27/9/10

La Ceja, una barriada que devora niños

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Abandono. Según los datos de una fundación, en lo que va del año 12 niños y adolescentes han muerto por violencia, por intoxicación o por el frío. Dos de ellos eran aún bebés. No se llevan registros oficiales

Pablo Ortiz. El Alto

Las instituciones los ignoran o los reprimen

La Ceja es como un enorme organismo que crece al borde de un acantilado que se precipita hacia La Paz. La barriada de entrada a El Alto, la segunda ciudad más poblada del país, es también un mercado donde 500 niños viven y mueren en calles tapizadas de venteros. Allí, afuera del tilín cercano a la plaza Cívica, está Marifé y tiene una Gillette en la mano izquierda. Ella no amenaza a nadie, sólo a si misma y se corta el antebrazo derecho con cierto placer y risa alocada. Con 14 años, en pleno martes, Marifé parece haber perdido la fe en el mundo y se corta para dejar atrás el dolor. "Me corto para olvidar el rechazo de mi mamá. Yo estaba en colegio, en 1º medio, pero ella me sacó para que cuide a mi hermanito. Me pegaba, por eso me he salido de mi casa. No quiero volver", dice Marifé.

"La Ceja es también un embudo donde se queda todo lo que no puede bajar hacia La Paz", dice Denis López, educador del Proyecto Maya, Paya, Kimsa (Mapaki), que a diario recorre La Ceja tratando de sacar a los niños de su condición de calle. En lo que va del año, Denis ha perdido la batalla 12 veces y ha tenido que recoger los cadáveres de 12 niños de la morgue, dos de ellos bebés. Mapaki es la única institución que cuenta cuántos 'niños de la calle' mueren en El Alto. Así, sabe que en 2008 fueron nueve y once en 2009.
Caminar por El Alto da miedo. Aquí la sociedad está tan organizada que hay muñecos colgados en advertencia contra los ladrones y el que cae es linchado. Aquí los niños de la calle son vistos como 'rateritos' que 'estarían mejor muertos'. La frase se repite tantas veces que Guille, de 12 años, se la ha comenzado a creer. "Qué le hace un raterito menos. Que me maten mejor", dice. Aquí, algunos padres de los niños también creen que estarían mejor muertos. Por eso, cada vez que los educadores de Mapaki van y les informan de la muerte de sus hijos, lloran unos minutos y luego exclaman: "mejor que se haya muerto, estaba en mal camino", cuenta Denis.


La Ceja también es una especie de puerto al que llega la trucha fresca del lago Titicaca. El pescado se ofrece sobre carpas azules tendidas sobre el suelo, sobre el que también se ponen frutas y verduras de Yungas y papas y cebollas del Altiplano. A este puerto también llegan proxenetas y narcos desde Perú. Aquí todos saben que la pasta base de cocaína se convierte en cristal en las casas particulares, por eso el pitillo es más barato que el vuelo (mezcla de tinner con gasolina) y se vende en una casa pintada de azul ubicada en una esquina.
En La Ceja varios viven de los niños en situación de calle. Las venteras de ovillos de lana le venden pedazos para que los humedezcan con vuelo, los puestos callejeros les venden botecitos de alcohol para que los mezclen con refresco y leche saborizada para poder beberlo; los bares sirven para que gasten todo lo 'cobrado' en el día y los alojamientos hacen de moteles para los niños y adolescentes explotados en violencia sexual comercial.


El callejón, centro del comercio sexual de menores, está al frente del tilín. Es miércoles en la noche y en la esquina del alojamiento Monarca II hay 10 chicas menores de 18 años y varios clientes negociando. Pagarán entre Bs 5 y 20 más lo que cobre el alojamiento (entre Bs 5 y 15) por unas horas de sexo. Hoy es noche de juegos Mapaki en las canchas de las antenas, pero las adolescentes no irán por nada del mundo. "Tengo que trabajar, señor", les dicen a Vivi, educadora de Mapaki.


Para los niños de La Ceja 'trabajo' implica algo ilícito. A las niñas les toca ser sometidas a violencia sexual comercial. En La Ceja, el 99% de las chicas en situación de explotación tienen enfermedades de transmisión sexual. Se han descubierto tres casos de VIH pero se cree que muchos de los chicos están infectados por la rotación de pareja que existe. El contagio podría llegar a la Policía. Ivis, de 17 años, asegura que supo 'cómo es la vida' a los 13 años, la primera vez que fue al callejón.  "Es feo, joven", se confiesa.


Confiesa que se aleja de la Policía porque cuando las agarran las suben a las patrullas para violarlas. El teniente coronel Adolfo Cárdenas, jefe de Trata y Tráfico de Personas del comando de El Alto, asegura que nunca ha recibido una denuncia sobre estos abusos.
A los varones les toca formar redes de robos o servir de 'campana' a bandas de atracadores. Los que peor la pasan, según Denis, son los más chicos. Cuenta la historia de Lobo, un niño, menor de 12 años víctima de Ricardo N., un hombre de traje que decía ser licenciado y que buscaba niños para abusar de ellos, a cambio de darles unos pesos y dulces para que vendan.
En La Ceja funciona una red de proxenetas bien articulada. Hasta los burdeles ubicados en la avenida 12 de Octubre llegan menores desde Cobija, Santa Cruz y Cochabamba. Las chicas 'que ya no sirven' son enviadas a las minas de Uncía y algunas terminan 'reclutadas' para ir a Perú. Las muchachas del callejón no quieren ir a la 12 de Octubre y cuentan que la que ingresa en algunos de los burdeles no sale en cuatro meses y que al final se quedan con las manos vacías.


La que sí va a la cancha es Marifé y arrastra consigo a Ivis. Ambas no 'trabajarán' esa noche, porque nadie las 'querrá' por sus heridas.  En el camino se unen Guille y Magno, hermanos, de 12 y 11 años, que andan medio 'volados'. Para ellos una pelota es el recuerdo de un lugar feliz. Los transporta al tiempo que pasaron en el hogar San Bernabé, un sitio en el que la pasaban bien, donde los llevaban a jugar fútbol en una cancha con pasto muy verde.


Esta noche, Marifé e Ivis están también con Marylin, que está en su octavo mes de embarazo. Eso no impide que tenga las dos canillas amoratadas por las patadas que les dan los policías. Para ella, el verde olivo es sinónimo de abusos. Los niños tienen miedo de 'encanar' y cada vez que escuchan esa palabra 'tocan coditos' para que no suceda. A los que 'encanan' les esperan golpes en la cabeza, patadas en la canilla y, veces, ser trasladados al bosquecillo para ser gasificados. 
Marifé e Ivis no han venido a jugar cartas, sino a que las curen. Vivi echa agua oxigenada sobre las heridas de Marifé y una espuma blanca sale de su mano y antebrazo derecho. 


A Ivis le duele la pierna. Cree que el 'puntazo' que le dio Juanjo hace más de un mes le ha dañado un tendón. Ivis extraña a Juanjo, que es el último en la lista de 12 de Denis. A él lo mataron de tres puñaladas en el pecho el 29 de agosto. Tenía 17 años y estaba en uno de los bares de La Ceja. Ivis se enfrascó en una discusión con la Cuatro Ojos. Una mujer mayor se metió y cuando Juanjo saltó a defenderla, recibió el primer puntazo en el pecho. Las otras dos heridas le perforaron el corazón y para que no muera en el boliche, lo tiraron a la zona del reloj de La Ceja. Para evitar la investigación, lo sacaron de la morgue y lo enterraron en el cementerio más alejado de El Alto, con un nombre falso. Casi un mes después, Ivis dice que se cansó de la calle, que aquí se está "cagando la vida". Le ha pedido a los Mapaki que le consigan un hogar y Marifé quiere ir con ella. Las dos ya estuvieron en hogares pero se escaparon porque extrañaban el 'vuelo'. Tal vez juntas puedan lograrlo y, con ello, Denis tendrá razón: "hasta el que está en las peores condiciones tiene oportunidad de salir de la calle".

Liberarse de prejuicios
Óscar Martínez /  Psicólogo y ex educador
Cuando uno trabaja con niños, niñas y adolescentes en situación de calle, término políticamente correcto para referirse a lo que coloquialmente se conoce como chicos de la calle, uno aprende a afinar el olfato y la mirada para reconocerlos. Al principio es difícil romper los prejuicios que han sido cimentados en nuestro imaginario que reproduce sin cesar al niño sucio y maloliente de los ojos rojos, la mirada perdida, el hablar balbuceante, la ropa raída y los zapatos rotos, mendigando pan o dinero y acompañado de su lata de clefa y que de rato en rato se lleva el puño a la nariz. Toda una postal del Reloj de La Ceja de El Alto.
Sin embargo, a medida que se gana experiencia en los 'trabajos de calle' ingresando a ese submundo bizarro, el educador aprende que es necesario mirar, oler, tocar, escuchar, preguntar y teorizar más allá de lo evidente. Con el tiempo, los hechos nos muestran que la calle tiene sus propios héroes, heroínas, villanos, dramas y tragicomedias. Al paso de los días, se siente que el miedo a ese chico va disminuyendo a medida que se adquiere la convicción de que, en La Ceja, cualquier niño o adolescente -incluso escolar- es un chico de la calle en potencia.
Si algo alivia esta situación, es que existe gente de la que no se puede negar que tiene el espíritu de solidaridad, compromiso y comunidad del que tanto decimos sentirnos orgullosos los bolivianos. Gente que por su trabajo en la calle, recibe mucho menos que otros profesionales y menos de lo que en verdad merecen.

 Glosario

- Vuelo. Mezcla de tinner y gasolina que utilizan los chicos como inhalante para drogarse. Cuesta entre Bs 6 y 8. En Santa Cruz utilizan clefa.

- Pitillo. Pasta base de cocaína mezclada con tabaco para fumar.

- Cobrar. Robar.

- Tubo. Teléfono celular.

- Albertos. Gente que compra artículos robados a los chicos de la calle. Operan en el Barrio Chino.

- Puntazo. Puñalada.

- Encanar. Ser detenido

- Tocar coditos. Efecto de pasar la mano por los codos para alejar un mal augurio.


Fuente El DEBER

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http://www.eldeber.com.bo/vernotanacional.php?id=100925224627

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