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15/1/11

Historias del botadero de Villa Ingenio.

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Huéspedes del basural

gormet


Por Cecilia Lanza Lobo

Yo me llamo Tiburcio Quispe y mi esposa se llama Santusa Rodríguez de Quispe. Estamos aquí, en Villa Ingenio, a la altura del relleno sanitario de El Alto, La Paz", dice él, masticando un poco de coca, en la puerta de una casa de adobe donde en vez de jardín se levanta una montaña de desechos.

Hay retazos de madera, plásticos, bolsas de yute, restos de zapatos, papeles, mangueras, algo de ropa y cabezas de muñeca. Abundan las llantas de automóvil.

Hay un sillón con las tripas abiertas donde duerme un perro, y dos sillas de metal oxidado donde se sientan él y Santusa, que anda apenas, con muletas. Hablan al mismo tiempo. Les urge quizás el desahogo.

A unos metros de allí está el cementerio de la zona, bañado de bolsas plásticas que llegan como mixtura del basural, ahí mismo. Una malla de alambre mal puesta divide los dos espacios.

Antes, el botadero municipal de Villa Ingenio estaba abierto. Pero cuando comenzaron las protestas y las denuncias de que los niños andaban por ahí, rescatando golosinas y bebidas en mal estado que luego vendían en la escuela por un boliviano (unos 12 centavos de dólar), lo cercaron.

La situación, sin embargo, no ha cambiado demasiado. A pesar de estar prohibido, las familias que viven alrededor entran al basural todos los días. Dicen que ser "originarios" del lugar les da ese derecho. Las mujeres rescatan los desechos que puedan servir luego para algo y los niños hacen "pastear" a los chanchos. Incluso se han organizado por turnos. Su dirigente es Maribel, una muchacha de 18 años que tiene el rostro cubierto como el subcomandante Marcos.

En medio del basural el olor es insoportable, intenso, agridulce, áspero, pero me animo a quitarme el barbijo y los lentes para ver mejor a Maribel y, entonces, entiendo por qué ella se tapa: el viento es implacable y levanta un polvillo tóxico que se entra a la garganta de inmediato. Los ojos se cierran solos.

Maribel es gentil pero habla rápido porque los otros dirigentes, hombres y mujeres, se molestan. La presencia de los cerdos en el basural es la evidencia de un delito consensuado entre los vecinos y las autoridades municipales. Y yo estoy aquí mirando. Veo cómo decenas de piaras ingresan a "pastear" a este inmenso buffet de 400 toneladas de basura al día que forman pequeñas montañas sobre un espacio donde cabrían varias canchas de fútbol. Estoy viendo a los cerdos entrar por turnos y por tiempo. Son 10 ó 20 por familia. Unos ingresan y otros se van. Son cinco o más piaras que pelean sus hallazgos con los perros y las mujeres. Están marcados con colores fosforescentes: verde, fucsia, celeste. Comen restos de comida, excrementos y perros muertos. Ahora hay justo uno a mis espaldas.

Llega el atardecer y Maribel se marcha llevando una carretilla con su cosecha. En su casa separa papeles, plásticos, latas y suelas de zapato.

Maribel es hija de Tiburcio y Santusa. Hace un par de años cambió la escuela por el basural. No le quedó otra. Tiburcio enfermó y Santusa, que trabajaba a tiempo completo escarbando la basura en el botadero, fue atropellada por un inmenso brazalete punk, que es lo que parece cada una de las ruedas del enorme tractor que arrastra y comprime las montañas de basura clavando sus púas en el suelo jugoso, que avanza sin importarle si aplasta perros, cerdos, gente o desperdicios.

Desde el accidente, marido y mujer pasan el tiempo lamentando su suerte. "La empresa que administra el botadero ayudó con la operación y nada más", se quejan. La empresa no les proporciona equipo de trabajo ni seguro médico. Para evitar legitimar una actividad que está prohibida no les da nada. Pero hay un acuerdo tácito entre las partes: se deja ingresar al que lo desee a condición de que no estorbe.

A mi lado, Tiburcio y Santusa continúan quejándose. Ahora porque la basura que llega a Villa Ingenio es la sobra de las sobras —otros como ellos agarraron ya la mejor parte en las calles de la ciudad—. Aún así admiten que sin el basural no tendrían de qué vivir y, entonces, callan sus destinos al sol.


http://revistapieizquierdo.com/basural.html

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