Por: Víctor
Montoya
Néstor Taboada Terán, considerado uno de los grandes
referentes de la literatura boliviana del siglo XX, escribía siempre a pulso,
de manera disciplinada y hasta casi obsesiva. No en vano se consideraba un
escritor, más que de vocación, de nacimiento. Toda una vida dedicada a cultivar
el arte de las letras y a relatar historias desde la cuna de nuestros ancestros
hasta los acontecimientos más trascendentales de nuestra época. Su vasta
producción literaria, escrita en diversos géneros y con una temática
multifacética, confirma el potencial creativo y el amplio bagaje cultural de
este autor, quien supo palpar por medio de la intuición los secretos y las
adversidades de la condición humana.
Néstor Taboada Terán, que conocía los mitos y las
leyendas de las culturas originarias, era un “historiador literario”, un
acucioso investigador de los usos y las costumbres de un país multicultural,
donde lo blanco, lo indio, lo negro y lo mestizo, aparte de conformar un
mosaico rico en matices antropológicos, confluían en una sola fuente de la cual
se nutrían tanto los pintores como los escritores de todos los tiempos.
Como todo autor de origen humilde y honda
sensibilidad humana, rechazaba las injusticias sociales y las discriminaciones
raciales, que siguen siendo verdaderas cuñas en la conformación de la identidad
nacional y en la estructuración de una sociedad más justa. Estaba comprometido
con su realidad y su tiempo; una toma de posición revolucionaria que lo llevó a
sufrir la persecución y el exilio. No en vano alguna vez, al relatar la
travesía de su nacimiento, dijo: “Fui un perseguido desde mucho antes de que
nazca” en la calle Ballivián, casi Loayza, a dos cuadras de la Plaza Murillo y
en la casa de un terrateniente yungueño, en la que los afrobolivianos
tenían la costumbre de llevar fruta y
alegría como ofrenda a los recién nacidos; algo que ocurrió en su caso cuando
llegó al mundo, un 8 de septiembre de 1929.
Cuando tenía tres años de edad, murió su padre en la
Guerra del Chaco; un acontecimiento que marcó su vida y al que volvió repetidas
veces en su creación literaria, quizás, como una forma de recrear, con el golpe
de la imaginación, los mismos escenarios y personajes retratados en su novela
“El signo escalonado” (1975), o, quizás, como una forma de saldar cuentas con
un pasado que destrozó su infancia, como la de tantos niños que quedaron
huérfanos durante la contienda bélica tramada por interese foráneos entre
Bolivia y Paraguay.
De
obrero gráfico a prolífico escritor
En su adolescencia, mientras trabajaba de día y
estudiaba de noche, colaboró con un medio de prensa, pero como no recibía
remuneración alguna por su trabajo, se vio obligado a aprender el oficio de
“linógrafo” en las imprentas de su ciudad natal, como quien ensaya los avatares
de la existencia antes de dedicarse a la literatura a tiempo completo.
En los talleres de la imprenta conoció las
necesidades de la clase obrera, de ese proletariado que dio lecciones de vida y
de lucha a todo un pueblo que pugnaba por romper las cadenas de la opresión
capitalista y liberarse de los látigos del imperialismo. En esos mismos
talleres conoció también a varias personalidades del ámbito cultural y
literario, como al escritor peruano Gamaliel Churata, quien, aparte de haber
sido integrante de la primera generación de “Gesta Bárbara” y apologista del
ideólogo marxista José Carlos Mariátegui, ejercía como periodista en “Última
Hora” y vivía como inquilino en los
talleres de la imprenta.
Está claro que Taboada Terán nunca dejó de ser un
combatiente, un “rebelde con causa” y un trabajador de la cultura que sólo
buscaba salvar al mundo con lo que mejor sabía hacer: escribir desde el fondo
del corazón y con los ideales de la justicia social puestos en los procesos de
cambio, demostrando que la lucha de los desposeídos seguía vigente y que los
trabajadores estaban siempre batallando por conquistar un futuro mejor.
Su cuento “Claroscuro”, que lo afianzó en su interés
por convertirse en un hombre de letras, lo escribió en 1948, y con él ganó el
concurso literario estudiantil del Colegio Nocturno "Simón Bolívar".
El cuento, que gira en torno a las penurias de un niño pobre y trabajador que
pierde a su madre en circunstancias adversas, se publicó con el prólogo de su profesor
Nicolás Fernández Naranjo, un prestigioso gramático y sacerdote católico, que
fue excomulgado por la Iglesia hasta la quinta generación por casarse con una
docente cochabambina.
La
masacre minera de Catavi
A los 31 años de edad publicó su primera novela
emblemática “El precio del estaño” (1960), galardonada con Mención de Honor del
Premio Nacional de Literatura conferida por el Ministerio de Educación y Bellas
Artes. No era para menos, debido a que este libro, escrito con compromiso
social y en tono de protesta, lo llevó a transitar por las tierras áridas del
norte de Potosí, donde constató el dolor y la desolación de las familias
mineras, para luego describir, con asombrosa veracidad y destreza estilística,
la masacre del 21 de diciembre de 1942, que tuvo lugar en las pampas de Catavi,
hoy conocidas como los “Campos de María Barzola”.
La matanza fue ejecutada pese a las recomendaciones
que hiciera el presidente de la República, general Enrique Peñaranda, al mayor
Gualberto Villarroel, comandante accidental del Regimiento Sucre 2 de
Infantería, de no utilizar balas de guerra sino de fogueo en la represión de
los huelguistas, quienes reclaman sus justas demandas en circunstancias en que
la empresa del magnate minero Simón I. Patiño, que estaba al servicio de los
intereses imperialistas, bajó los salarios a niveles de hambre y amenazó con
abolir el libre ejercicio del fuero sindical.
Con esta historia novelada, Taboada Terán se
inscribió con paso de parada en la corriente de la literatura del realismo social
boliviano, convencido de que la novela está más cerca de la realidad viviente
que de la misma historia o, dicho a su manera: “Novelando la historia se
interpreta más correctamente la realidad”; una postura que asumió en la
elaboración de sus posteriores novelas, como en “No disparen contra el Papa”,
“Angélica Yupanqui, marquesa de la conquista” y “La tempestad y la sombra”, en
las que los episodios de ficción no comprometen los elementos realistas y
esenciales de los relatos.
Actividad
cultural en Oruro
En Oruro, donde intensificó su carrera literaria,
fue director del departamento de extensión cultural de la Universidad Técnica
de Oruro (UTO, 1964-1968) y publicó la revista “Cultura Boliviana”, que fue un
formidable espacio para los escritores noveles y consagrados. En esta misma
universidad, cuya extensión cultural convocó en 1984 a un concurso literario
después de algunos años de inactividad, integró el jurado en la categoría de
cuento, junto a Alberto Guerra Gutiérrez y otros. Ese mismo año fue de gratas
sorpresas para quien escribe estas líneas, puesto que el jurado decidió
conceder el primer premio a mi cuento “Días y noches de angustia”, cuya
temática abordaba los atropellos de lesa humanidad cometidos por la dictadura
militar de Hugo Banzer Suárez contra sus opositores políticos, en coordinación
con las fuerzas represivas de la ya tristemente famosa “Operación Cóndor”.
Taboada Terán conocía la temática no sólo porque experimentó
en carne propia la represión, sino también porque vivió exiliado en Argentina
entre 1972 y 1979, luego de que el régimen de facto quemó su biblioteca
personal en la Plaza 14 de Septiembre en Cochabamba y, como pasó con cientos de
bolivianos que tomaron el camino del exilio, se vio forzado a abandonar el país,
declarado como un “elemento peligroso” y una “persona no
grata” para el régimen dictatorial.
El
exilio en Argentina
En Argentina escribió “Manchay Puytu, el amor que
quiso ocultar Dios” (1977), cuya primera versión, proveniente de la tradición
oral y la cosmovisión andina, la escuchó en labios de su madre. Se trata de un drama
de desgarros e identidades confrontadas, que desnudan el mestizaje a través de
un amor prohibido entre una mujer indígena de ascendencia noble y un sacerdote
de origen quechua, quien, tras la muerte de la mujer amada, desentierra su
cadáver en un intento por devolverla a la vida; la baña, la perfuma y la
enjoya. Y, al no lograr su propósito, actúa como poseído por el demonio, le
saca la tibia de una pierna y con ella hace una quena para interpretar un
yaraví de lamento ante el asombro y espanto de una iglesia inquisidora.
A su retorno a la tierra que lo vio nacer, publicó
“El Quijote y los perros”, una antología del terror político que reúne los
relatos de varios autores. Y, sin dejar de criticar a los gobiernos que
asolaron el país, quiso dejar un testimonio de la tragedia boliviana a través
de sus historias noveladas. Él mismo, en una de las tantas entrevistas que le
hicieron, a veces con la intensión capciosa de tacharlo de “revisionista de la
historia”, manifestó que él escribía sus obras “con un contenido de corte
realista (...) Yo no utilizo la historia oficial, yo hago mis propias
investigaciones...”.
Militante
de la izquierda
En su juventud militó en el Partido de Izquierda
Revolucionaria (PIR) y, posteriormente, simpatizó con los postulados del
Partido Comunista de Bolivia (PCB). Participó en la revolución de 1952, junto a
varios intelectuales comprometidos con la causa de las mayorías nacionales,
como Sergio Almaraz, René Zavaleta Mercado, Carlos Montenegro y otros. Asimismo,
participó en la fundación de la Central Obrera Boliviana (COB) y se vio
homenajeado como trabajador gráfico e intelectual progresista, al ser designado
responsable del periódico “Rebelión”, al lado de Enrique André y Waldo Álvarez,
primer ministro de trabajo en el gobierno socialista del coronel David Toro.
Escribió a espaldas de la fama y el dinero, y en
contra de la voluntad de las clases dominantes, que usaron desde siempre a
algunos escritores como a sus escribanos personales. Taboada Terán estaba hecho
de otro material y con otro temple; era un ejemplo para quienes escribían con
libertad sobre la libertad y un paladín de las causas justas. Jamás ocultó sus
ideales socialistas y jamás dejó de tener el corazón puesto al lado de las
aspiraciones de los más desposeídos, consciente de que la liberación y el
destino de un pueblo no estaban en manos de las oligarquías, sino en manos del
mismo pueblo.
A lo largo de su vida se enfrentó a esa cáfila de entreguistas
de nuestros recursos naturales y no se cansó de repetir que los cambios
radicales del país pasaban por la descolonización y la revolución cultural. Su compromiso
con las fuerzas del cambio quedó probado, por ejemplo, cuando estuvo en la
Plaza de la Revolución de la Habana, donde cantó “La Internacional” con el puño
en alto: “arriba los pobres del mundo. De pie los esclavos…”, y cuando se entrevistó
con algunos de los ideólogos de la izquierda latinoamericana, como sucedió en
Santiago de Chile, donde conversó con Salvador Allende, presidente socialista
hasta el día en que lo tumbó el dictador Augusto Pinochet, en septiembre de
1973.
Un
cordial encuentro
Lo encontré en Cochabamba, en ocasión del Quinto
Foro de Escritores Bolivianos, que se desarrolló en el Centro pedagógico y cultural
Simón I. Patiño, entre el 22 y 23 de julio de 2011. Se me acercó con un cansino
andar, un saludo cordial y una sonrisa que se dibujaba debajo de sus bigotes
recortados al estilo Zdanov. Estaba con su infaltable gorro y sus gruesos
anteojos caoba; lucía un saco oscuro, una camisa blanca y una corbata a
cuadros. Entablamos una amena conversación, mientras las arrugas tatuadas en su
rostro daban testimonio de un hombre que había aprendido a vivir con intensidad
y sabiduría. Aún tenía la mente lúcida y el don de un conversador nato.
Hablamos sobre los cambios políticos que se estaban produciendo en el país y,
como es natural, de los nuevos proyectos literarios que tenía en preparación.
Me confesó que tenía en marcha sus memorias y una antología de los mejores
trabajos poéticos que se publicaron en Bolivia.
Antes de despedirnos, me pasó su tarjeta de
presentación y quedamos en reencontrarnos en La Paz, donde, según me dijo,
trabajaba como Consejero Cultural del Banco Central de Bolivia y tenía una
oficina en la calle Ingavi 1005. Pero el reencuentro no fue posible, porque
tuve que retornar a Suecia a los pocos días de haberse realizado el Quinto Foro
de Escritores. Sin embargo, como recuerdo de ese encuentro que se dio de manera
amigable y casual, conservo una fotografía que nos tomó el periodista y
bibliógrafo Elías Blanco Mamani en los predios del Palacio Portales de Patiño,
donde se efectuó una exposición de libros de varios autores nacionales.
Su
legado y su muerte
Ahora que la muerte se lo llevó, el pasado 8 de junio
de 2015, a los 86 años de edad, tras haberse enfrentado a varios problemas de
salud y haberse negado a ingerir sus medicamentos en los últimos días de su
vida, sólo me queda sumarme al lamento de quienes leímos su obra con infinita
pasión y rendirle un sentido homenaje a su memoria, porque Néstor Taboada Terán
será siempre el portavoz de los de abajo, el prolífico autor del realismo
social y el escritor que supo trocar el sufrimiento humano en auténticas joyas
de la literatura boliviana; más todavía, puedo aseverar que los escritores de su
talla no se van para siempre de este mundo, pues dejan las huellas de sus pasos
por la vida y nos dejan un legado imperecedero estampado en sus obras, a través
de las cuales reviven una y otra vez en manos de sus lectores.
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