Por: Víctor Montoya
Releer las obras de Sergio Almaraz Paz, nacido en
Cochabamba en 1928 y muerto en La Paz en
1968, es una forma de adentrarse en los vericuetos de la política nacional de
la primera mitad del siglo XX, siguiendo el agudo análisis socioeconómico realizado
por una de las mentes más brillantes de la intelectualidad boliviana.
“El poder y la caída”, escrito con frases breves y
elegantes, y un estilo poco frecuente entre los ensayistas de temas históricos,
económicos y sociales, es un magnífico documento para conocer de cerca los entretelones, causas y
consecuencias, de la formación de la industria minera, la estructuración
sangrienta del Estado moderno bajo el control de la rosca minero-feudal y el
ascenso al poder del Movimiento Nacionalista Revolucionario en abril de 1952.
El libro revela los tejemanejes de la política
entreguista de los tres grandes magnates de la minería, que tuvieron en sus manos el control de la industria nacional
y, por lo tanto, el destino del país. El autor, cuya ideología estaba
entroncada en las corrientes de izquierda nacidas después de la Guerra del
Chaco, hace hincapié en los procesos históricos a través de los cuales una
fuerza económica se transforma en fuerza política. Y cómo, a su vez, este poder
político contribuye a la formación de una conciencia nacional, que se ve
reflejada en las organizaciones naturales del proletariado minero, que desde un
principio entendió que el camino de los intereses privados de los “barones del
estaño” estaba cruzado con el de los intereses de la nación oprimida.
La revolución protagonizada por obreros y campesinos, aparte
de confirmar la importancia de su rol histórico, rompe con los privilegios de
la rosca minero-feudal, que levantaba palacios para una dinastía familiar en
tierras bolivianas, mientras sus asesores gringos, ingleses y norteamericanos
les inducían a invertir sus millones en otras empresas extranjeras, motivados
por el típico pensamiento capitalista de reproducir sus ganancias con
ganancias, así sea a costa de explotar despiadadamente la fuerza de trabajo de
los más pobres en los países pobres.
Sergio Almaraz afirma que la nacionalización de las minas
fue un triunfo de esos hombres que cambiaron el arado feudal por la máquina
perforadora, la dinamita por el fusil, con la esperanza de estatizar los
recursos naturales. Sin embargo, el gobierno del MNR, que destruyó la
estructura del poder oligárquico de los “barones del estaño”, cumplió las
tareas revolucionarias a medias, no sólo porque concedió una indemnización a
quienes usufructuaron los recursos naturales del país durante décadas,
acumulando un caudal de riquezas a costa del sacrificio de los trabajadores,
sino también porque no logró que la industria minera se desarrollara al margen
de la influencia de los empréstitos ingleses y norteamericanos, y mucho menos
que las minas pasaran a manos de los mineros, aunque ellos fueron los
principales protagonistas de la revolución de abril, los impulsores de la
creación de la COMIBOL y los titanes que horadaban los socavones en los cerros
de Oruro y Potosí.
En el “Poder y la caída” se reproducen algunas de las
cartas de los actores principales de la economía nacional, que pusieron a sus
pies a los gobiernos títeres de turno, quienes, presionados por los intereses
de los “barones del estaño” y los
consorcios imperialistas, ejecutaron las masacres de Uncía (1923) y Catavi
(1942), donde la efervescencia revolucionaria de los mineros se haría sentir
con todo su furor ideológico, a través de sus documentos políticos como la “Tesis
de Pulacayo” (1946), en cuyas páginas se planteaban sus reivindicaciones
socioeconómicas, que atentaban contra los intereres privados de los empresarios
mineros, que no cesaban de succionar las riquezas naturales junto a los
consorcios transnacionales
Queda claro que los magnates del estaño, Simón I. Patiño, Mauricio Hoschild y Félix Avelino Aramayo, integraron la
economía nacional al mercado capitalista mundial, sin advertir
que el imperialismo nos convertiría en una simple colonia entre sus garras, incluso
la población minera de Catavi estaba más cerca de Londres que de La Paz. Es
decir, los empresarios mineros se empeñaron más en
fortalecer la política extraccionista del imperialismo, que en crear y potenciar
una industria nacional.
Sergio Almaraz, a tiempo de describir el poder y la caída
de los magnates mineros, rescata del olvido a otros tres pioneros en el ámbito
de la metalurgia del estaño: el profesor y banquero José Núñez Rosales, el
ingeniero siderurgista Jorge Zalesky y el empresario Mariano Peró, cuya
estrategia para el manejo de los recursos minerales fue aprovechado por los
gobiernos militares nacionalistas.
No se puede negar que Sergio Almaraz, motivado por su
formación ideológica proclive al marxismo, tenía un auténtico interés por la
problemática de los trabajadores del subsuelo. De ahí que el segundo ensayo de
su libro “Réquiem para una república” (1969), intitulado “Los cementerios
mineros”, está dedicado, con prosa límpida y vibrante, al proletariado de las
minas; un sector social con una larga historia de explotación en las áridas
montañas del macizo andino, donde las riquezas minerales contrastan
diametralmente con la pobreza y el subdesarrollo económico de los campamentos
mineros.
El autor presenta varias citas a lo largo del libro, pero
no menciona las fuentes y, a diferencia de los ensayistas acostumbrados a mencionar
los documentos consultados, carece de una rigurosa bibliografía, aunque pienso
que estos desaciertos, que no son muchos pero sustanciales, hubieran sido
superados si la muerte no lo alcanzaba en el apogeo de su vida literaria y a
los escasos 39 años de edad. Él mismo, que estaba consciente de estos vacíos,
no dudó en reconocerlo en la nota de aclaración que se insertó en la edición
del libro en 1969: “El poder y la caída no es un trabajo completo y su
condición será mejor apreciada como una tentativa de interpretación de la
estructura del poder en Bolivia. Aun así hay vacíos que se dejan
advertir”.
“El poder y la caída”, a pesar de los desaciertos y
vacíos, no deja de ser un libro esclarecedor en torno a los mecanismos
dinámicos que convirtieron a los magnates mineros en una fuerza política con poder
de decisión sobre Bolivia, y Sergio Almaraz, aun habiendo sido militante
pirista y disidente comunista, no dejó de ser un
brillante analista de la realidad nacional de la primera mitad del siglo XX,
con una honestidad intelectual avalada por Marcelo Quiroga Santa Cruz y René
Zavaleta Mercado, entre otros.
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