Por: Práxides
Hidalgo Martínez (*)
El libro del escritor Víctor Montoya
constituye una fuente de información sobre el trabajo, la lucha y las
injusticias sociales del trabajador de
las minas en las etapas más duras de la historia de nuestro país: las
dictaduras no solo militares, sino también patronales. Pero, también es una
vertiente para beber en nuestra historia, ya que como reclama nuestro escritor,
hay un desconocimiento de la contribución de las luchas mineras en la
construcción del país y de la democracia. Por lo cual afirma: “Muchos han sido los mártires que, a pesar
de haber ofrendado sus vidas a la causa de los oprimidos, fueron ninguneados
por la historia oficial”.
Nos ilustra sobre las masacres
mineras: Pampa María Barzola, diciembre de 1942; Potosí, enero de 1947; Siglo
XX, mayo de 1949; Huanuni , enero de 1960; Milluni, mayo de 1965; San Juan
(Llallagua), junio de 1967; Caracoles y Viloco, agosto de 1980.
Resalta la participación épica de mujeres y
niños, que junto a sus esposos y padres, se enfrentaron a las huestes de
Patiño: “De pronto entre el alarido de
las mujeres y el grito de protesta de los hombres, cayó una lluvia de plomo y
fuego que hizo vibrar la pampa como el lomo de un caballo al galope. La palliri
María Barzola, que estaba en la fila de vanguardia, haciendo flamear la tricolor y rezongando contra
las tropas dispuestas a convertir la pampa en un baño de sangre, fue la primera
en caer abatida por las balas, envuelta en la bandera nacional y la mirada
perdida en el horizonte. Los demás cuerpos cayeron entre ayes de dolor y los
heridos se arrastraron entre los arbustos y las piedras”.
La participación del M.N.R.
(Movimiento Nacionalista Revolucionario) en la nacionalización de las minas, el
31 de octubre de 1952, y también en la dictación del Decreto 21060 que produjo
la relocalización, es una paradoja de la historia, pues recuperó las vetas
mineras para el pueblo y el Estado, y también convirtió las mismas en añoranza,
ya que los mineros tuvieron que deambular en las ciudades cumpliendo una
diversidad de tareas para su sobrevivencia.
La masacre de San Juan, hito en las
luchas de los oprimidos, “acaecida en la
madrugada del 24 de junio de 1967, no figura en las páginas oficiales de la
historia de Bolivia, aunque se mantiene viva en la memoria colectiva y se la transmite
a través de la tradición oral, de generación en generación, convirtiéndola en
algunos casos en cuentos y leyendas, como sucede con los hechos históricos que
se resisten a sucumbir entre las brumas del olvido. Y si lo cuento aquí y
ahora, es porque fui testigo de esa horrenda masacre a los tres días de haber
cumplido nueve años” refiere el escritor Montoya.
Milluni, testigo de la masacre
minera encargada por el dictador René Barrientos Ortuño, en la narración del
escritor un paisaje maravilloso, digno de la naturaleza que regala sus
encantos, que luego se convirtió “en
cementerio donde descansan los restos de los mineros que solo deseaban mejores
condiciones de vida, de sus viudas, hijos y de otros que murieron vencidos por
la vejez, las enfermedades y el mal de todos los mineros: la silicosis”.
Huanuni, Caracoles y Viloco, les
tocó también ser escenarios de las matanzas de mineros que ofrendaron sus vidas
para que hoy respiremos los aires de democracia que aunque muchos no bregaron por ellos, hoy son herederos de esas luchas.
En las páginas del libro “CRÓNICAS
MINERAS” de Víctor Montoya están también las historias de grandes
personalidades que, teniendo como antorcha sus ideales, pero ante todo su
compromiso con los más necesitados, que muchas veces solo son banderas que
flamean al interés de algunos, entregaron sus vidas, en algunos casos jóvenes,
por una causa: construir otro tipo de país donde todos gocemos de las bondades
que tiene y donde haya respeto, consideración, justicia y equidad.
César Lora, Isaac Camacho, jóvenes
comprometidos con la lucha, prefirieron vivir en medio de la clase desposeída a
hacerlo en medio de comodidades, pues su espíritu rebelde y solidario, no lo
permitía.
Aparecen por las páginas pobladas de
recuerdos y anécdotas de Montoya, nombres de dirigentes mineros, campesinos que
luego fueron obreros, como Víctor Siñani, Pablo Rocha Mercado, perseguidos por
la dictadura de Hugo Banzer y Luis García Meza, que tuvieron que emigrar a
otros lares, pero que se fueron con la estrella de sus ideales que continuó
alumbrándolos.
Merecen especial mención los nombres
de Paulino Joaniquina, habiloso artista musical, vivió entre el país y Europa
debido a su lucha.
Dionicio Coca, artesano, “todero”,
como lo llama nuestro escritor, pues era minero, relojero, zapatero, etc.
Radicado en Estocolmo; habiloso artesano.
Llama nuestra atención la vida de
Cirilo Jiménez, hombre visionario que fundó la Universidad Nacional “Siglo XX”,
que además tenía un papagayo que también se volvió revolucionario; por eso fue
ejecutado por los soldados, pues vitoreaba consignas revolucionarias.
No podía estar ausente en este libro
Domitila Chungara, quien hizo escuchar su voz en foros internacionales,
visionaria de las reivindicaciones sociales, económicas y políticas.
Presencia de cuatro mujeres que
derrocaron la dictadura de Banzer: Aurora de Lora, Nelly de Paniagua, Angélica
de Suárez y Luzmila de Pimentel, que iniciaron una inédita huelga de hambre que
puso fin a la dictadura, luego se sumó también a este movimiento Domitila
Chungara.
A través de cada personaje, Víctor
Montoya nos muestra facetas de la vida de los mineros y su entorno, que no solo
buscaban en los oscuros socavones la veta del metal del diablo, sino también la
luz de la igualdad, justicia y libertad.
En las páginas finales de “CRÓNICAS
MINERAS” menciona a la Plaza del Minero de Siglo XX, al Casco del Minero
situado en Oruro, como símbolo de lo que nos relata en páginas precedentes.
Está presente también su pasión por
el Tío de la mina, así como las formas en que ha sido testimoniado a través de
la artesanía.
El artista tiene diferentes maneras
de enfocar la realidad por medio de su arte, es así que muchos escritores han
testimoniado a través de sus obras la realidad que han vivido, conocido o
tomado referencia, pero siempre desde su lente analítico y su visión de belleza
en medio de lo más doloroso, muchas veces. Es el caso de Miguel Alandia
Pantoja, cuyos murales son testimonios también de nuestra historia, pero de la
verdadera, donde los héroes anónimos fueron hombres y mujeres del pueblo, pero
que la historia oficial los y las ignora.
El Gorky boliviano, Jaime Mendoza,
no podía estar ausente en la obra de Montoya, dada la admiración que siente por
este escritor que fue uno de los primeros que tomó como fuente para sus
escritos la realidad de los mineros.
Si bien en la historia de la
literatura latinoamericana, en ocasión del “Boom” no figuramos con nombres como
Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, etc., que exploraron y explotaron el
realismo mágico, estamos de acuerdo con nuestro compatriota, Guillermo Mariaca,
quien afirma que el realismo mágico nuestro está en nuestro folklore, en
nuestras leyendas, en nuestra historia como la presente.
“El sistema
escolar es un canal idóneo para contribuir en la información y formación de los
estudiantes que necesitan conocer la historia del movimiento obrero boliviano,
no solo por obligación patriótica y cultura general, sino también porque los
mineros son los artífices de una gran parte de la historia de los bolivianos
que, de una manera injusta y deliberada, no está debidamente registrada en los
libros de texto que se estudian en las escuelas y colegios; una desidia que
esperamos sea enmendada lo más antes posible, para no cargar en la conciencia
el inconmensurable peso de la ignorancia y el olvido”, reclama
Víctor Montoya.
Siendo
la crónica un texto histórico en el que los hechos
aparecen en un relato, el libro “CRÓNICAS MINERAS” no deja de ser también una
crónica literaria por el lenguaje utilizado que responde a los cánones del
texto literario, a lo que debemos agregar que el narrador fue testigo o
participante directo de los acontecimientos que nos narra con recursos
literarios que hacen amena su lectura.
“Los mineros son arquitectos de un mundo
subterráneo, donde reina el Tío de la mina, guardián de las riquezas minerales,
pero también de las herramientas usadas para taladrar la roca en las galerías
apuntaladas con soportes de callapos para impedir los derrumbes. No cabe duda
de que el metal del diablo, en su estado
más puro y salvaje, es un tesoro brillante y negro como el azabache, un tesoro
que enriqueció a unos pocos a costa de la miseria de muchos, que desde siempre
estuvieron acostumbrados a cocinar sus penas y desagracias a fuego lento pero
constante”.
¡Cuánta
razón tiene nuestro escritor! cuando reclama que los estudiantes, en especial,
pero de manera general los bolivianos debiéramos nutrirnos en nuestra buena
literatura de la historia de nuestro país, ya que en ella los escritores
comprometidos con su pueblo nos han legado parte de nuestro pasado para que en
el presente valoremos a esos héroes y a esas heroínas que han pasado a ser
patrimonio de la tradición oral, pero que es obligación nuestra que sus nombres
y hazañas se queden registrados en las páginas escritas para su
inmortalización.
Víctor
Montoya, a la manera de los cronistas, motivado por su compromiso con las
luchas del pueblo, escritor militante de las mismas, fiel a su compromiso
literario, ha plasmado en sus obras la historia de los mineros que dejaron sus
pulmones en las arcas del Estado cuando las minas eran administradas por él y
en las arcas de los magnates que encontraron no solo una veta para
enriquecerse, sino también para la explotación inhumana.
Escritores
como Víctor Montoya merecen estar en las propuestas de lectura de nuestro
sistema escolar como textos verdaderamente literarios, porque la literatura
ante todo es arte que se construye con la palabra y no una mera narración de
hechos con un lenguaje general, el lenguaje de la literatura es la expresión
más alta del pensamiento, tal como lo señala también la Ley 070.
Si
bien “CRÓNICAS MINERAS” nos aproxima a nuestra historia, constituye también un
valioso aporte a nuestro patrimonio literario, por eso con mucha precisión
Franz Kafka afirmó: “La literatura es siempre
una expedición a la verdad”.
Les invito a
disfrutar y degustar de esta nueva entrega literaria de nuestro escritor Víctor
Montoya.
*
Escritora y profesora de literatura
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